El estruendo de la cultura
Precintado un local de conciertos y exposiciones por las protestas de los vecinos
Cuando Pablo Esteban llegó a España en los años ochenta con sus tres hijos y su esposa, huyendo de la dictadura de Videla en Argentina, Luisa Valdés ya vivía en el bajo del número 15 de la calle de Peña de Francia, en Lavapiés. Ninguno de los dos imaginaba entonces que se conocerían y, menos aún, que serían enemigos hasta hacerse la vida imposible.
Pablo, fotógrafo y químico, dejaba atrás una vida en Buenos Aires. Luisa vivía modestamente con su marido y sus hijos en esa casita madrileña. Sus vidas no se cruzaron hasta que hace dos años, Pablo, con 50 años, decidió cambiar su vida y recuperar un sueño de familia y crear un espacio cultural que pudiera servir de plataforma y de escenario a toda clase de artistas. Se llamaría La Plaza de las Artes, en él trabajarían sus tres hijos, su mujer y otros dos empleados, y se ubicaría en el número 13 de la calle de Peña de Francia, pegadito a la casa de Luisa.
Desde su apertura, hace 19 meses, ha organizado 506 funciones en el local e invitado a 290 compañías, grupos y artistas, que han vendido sus cuadros en la sala de exposiciones, o han tocado, cantado y bailado en la sala de espectáculos, y que han cenado y bebido en el bar, junto a multitud de amigos, familiares, conocidos y desconocidos. Pero también, desde esa fecha, Luisa y varios vecinos malduermen gracias al Orfidal y al Noctamid, con tapones en los oídos, y sufren ansiedad por falta de sueño. "Aquí no hay quien viva. Hay ruido hasta las tres de la madrugada. Con la excusa de la cultura han montado una discoteca", dice Francisco Robles, el vecino de Luisa.
Esperando licencia
Las denuncias se han ido acumulando y, aunque Pablo ha insonorizado la sala de espectáculos y ha hecho una fuerte inversión para cumplir la normativa, lleva casi tres años para obtener una licencia de apertura que nunca ha llegado. "Me han cerrado el local sin darme la licencia. El Ayuntamiento aduce incompatibilidad horaria, porque dice que no hay normativa que regule todas esas actividades en un solo local", dice.
El caso ha llegado hasta el Juzgado Administrativo número 20, y la juez le ha dado la razón a los vecinos. Desde el pasado 27 de octubre, el local está precintado. La familia se ha quedado sin trabajo y el programa de actividades se ha ido al traste. Ayer convocaron una manifestación de protesta en la Puerta del Sol. Mientras, Luisa y los vecinos duermen a pierna suelta.
El concejal de Centro, Luis Asúa, reconoce que recibió a los vecinos, y no a los dueños del local, aunque asegura que él recibe a todo el mundo. "Quieren una licencia de bar especial, restaurante y sala multiusos. Eso es un follón y supone incompatibilidades horarias. Necesitamos cambiar la normativa. Pero mi primera obligación es que la gente duerma", dice. En el barrio hay multitud de locales, como reconoce él mismo, abiertos sin licencia. "Pero otros no han dado tantos problemas", justifica. Y dice que no ha intentado poner a las partes de acuerdo "porque los vecinos tiemblan de miedo con los dueños del local".
Ambas partes se ven casi a diario y se cruzan malos modos. Nadie ha promovido una opción conciliadora para conservar un espacio cultural abierto y, a la vez, permitir descansar a los vecinos. La realidad es que la ausencia de mediación ha llevado a una juez a optar entre dos derechos fundamentales: el derecho a dormir bien y el derecho a la cultura. Esta vez se decantó por el primero.
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