Después de Casablanca
Menos de dos horas después de que cinco atentados suicidas golpearan Casablanca aquel viernes 16 de mayo de 2003, Mustafá Sahel, ministro del Interior, declaró a la prensa que los ataques habían sido organizados por grupos terroristas extranjeros. La precipitación de las autoridades marroquíes al apuntar a una fuente extranjera no se le escapó a nadie. Las razones de esta precipitación subrayan una dificultad que los hechos no dejaron de reforzar. La investigación reveló que los individuos que habían perpetrado los atentados no sólo eran todos marroquíes, sino que nunca en su vida habían abandonado Marruecos. Se supo también que eran todos originarios de uno de los poblados de chabolas que rodean Casablanca.
Aunque había una posibilidad de que los atentados del 16 de mayo tuvieran un componente extranjero, el elemento local era seguro. Los resultados de la investigación sobre los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004 mostraron que algunos de los acusados eran marroquíes originarios de las barriadas de chabolas de las grandes ciudades del norte de Marruecos, que una parte de los explosivos utilizados se pagó en cannabis y, por último, que uno de los terroristas de origen marroquí había accedido al territorio español utilizando las redes de inmigración clandestinas. Miseria, tráfico de droga e inmigración clandestina constituyen un tríptico mortal que, al aliarse con el extremismo religioso y las razones políticas que lo sostienen, permitió la materialización de las acciones terroristas del 16 de mayo en Casablanca y del 11 de marzo en Madrid.
Si bien el régimen marroquí no ha podido erradicar la miseria, por otra parte ha tolerado, en mayor o menor medida, el desarrollo de una economía informal y delictiva en nombre de la paz social. ¿Qué sería de la región del norte de Marruecos sin los tráficos de todo tipo, droga, inmigración clandestina y otros contrabandos? La novedad introducida por el terrorismo es que los fallos del Gobierno marroquí pueden producir a partir de ahora lo que los economistas denominan externalidades negativas. En otro ámbito, las prácticas de un aparato de seguridad no obligado por normas democráticas han mostrado también sus limitaciones en el caso marroquí. El uso de la tortura ha llevado a la muerte, muy probablemente, al menos de un sospechoso. Un sospechoso tanto más importante cuanto que su nombre fue proporcionado por uno de los terroristas del 16 de mayo que no llegó al fin de su misión.
Resultado: investigaciones chapuceras que no han permitido aclarar los asuntos y que, sobre todo, han llevado a una auténtica justicia de derribo. Una alucinante sucesión de condenas judiciales emitidas deprisa y corriendo, de ausencia de pruebas, de procedimientos viciados, y basadas casi únicamente en las confesiones que los inculpados se apresuraron a negar en las audiencias. El tipo de reacciones que ofrece el Estado marroquí subraya la escasa adaptación de sus métodos a la naturaleza de la amenaza terrorista. Una de las grandes enseñanzas de la experiencia de la lucha antiterrorista es la importancia del papel que desempeña la sociedad. Aunque el Estado debe dotarse de medios jurídicos y de seguridad para enfrentarse a este tipo de amenazas, sus esfuerzos serán vanos si se aliena de la sociedad.
El poder marroquí tampoco se gana la adhesión de los ciudadanos marroquíes cuando acepta ser el ejecutor de las obras de baja ralea de la Administración de Bush. Hoy está demostrado que el Gobierno estadounidense ha subcontratado el trabajo de "métodos de interrogatorio musculosos", la tortura en otras palabras, a los servicios marroquíes. Informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch en 2004 documentaron la existencia de un centro secreto de detención en Temara, donde eran detenidos o interrogados los sospechosos, sobre todo los enviados por Estados Unidos, en ausencia de cualquier procedimiento legal. Cuando se conoce el nuevo abismo de impopularidad de la Administración de Bush entre los marroquíes, se mide mejor el desfase en este asunto entre el Estado y la sociedad de nuestro país. Al apoyarse en los peores aspectos de su Gobierno para luchar contra el terrorismo, e ir en contra de las aspiraciones profundas de sus ciudadanos, el régimen marroquí se ha equivocado.
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