_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dos puertas

Aquí casi toda la enseñanza es estatal, a pesar de que se distinga entre centros públicos y centros privados, o entre públicos y concertados. Incluso los concertados son públicos, es decir, sostenidos con fondos públicos, con los impuestos que los ciudadanos pagan corresponsablemente para otorgarse, entre otros cosas, el derecho a la educación, obligatoria y gratuita.

Pero, en los últimos años, cunde el descrédito de las escuelas del Estado, frente a las de los particulares, fundamentalmente religiosos. No importa que también sean estatales los centros concertados. Han vuelto los viejos monstruos: la escuela de pago y la escuela gratuita. El pintor de Granada José Guerrero, hijo del primer chófer que hubo en Granada, de lo que Guerrero se sentía verdaderamente orgulloso, iba a la escuela de pobres en los años veinte. Su amigo el escultor Bernardo Olmedo, de familia comerciante, iba a la de ricos. Las dos escuelas estaban en el mismo convento, y las llevaban los mismos curas, pero los pobres entraban por una puerta y los ricos por otra y se dirigían a distintas aulas. Guerrero le preguntó un día a su amigo si a los ricos les pegaban los mismos guantazos que a los pobres. "Exactamente los mismos", respondió Bernardo Olmedo. Había entonces cierta igualdad.

La educación ha dejado de ser un privilegio para transformarse en derecho y deber, y las escuelas católicas se han integrado en la enseñanza estatal a través de los centros concertados. Pero la enseñanza estatal sigue equiparándose a insalubre realidad de extrarradio. Hay organizaciones católicas que, invocando la reconocida libertad de los padres para elegir colegio, defienden que los colegios puedan elegir a los padres, es decir, a sus alumnos, como si no quisieran que el extrarradio se les cuele en sus aulas. Las discusiones de estos días resucitan a otro monstruo: la histórica especialidad de la Iglesia católica en bendecir y remarcar privilegios y jerarquías económicas y sociales.

Un antropólogo de Chicago, Ray Birdwhistell, enseñaba a sus alumnos a averiguar de un vistazo, como si fueran Sherlock Holmes, la ciudad, el barrio y la profesión de un individuo. Son cosas que se imprimen en el cuerpo, en la disposición de los labios al hablar, en los ojos, las manos y la manera de moverse. Así quieren abrir una tajante división: éste viene de colegio concertado público; ése, de colegio público no concertado. Y es un corte ficticio, porque los dos vienen de la enseñanza estatal. Y, hasta ahora, los padres elegían, y los colegios distribuían sus plazas, en la medida de lo posible y teóricamente coordinados por la Administración, según un baremo igual para todos los centros.

La escolarización para todos busca la igualdad entre ciudadanos: rebajar peligrosas desigualdades de ingresos, de casa, de barriada, de familia. Hay viviendas maquinadas para que sea imposible estudiar. ¿Es imposible que los colegios ayuden a que sus alumnos mejoren? Parece que hay quienes sienten un fervor especial porque las diferencias actuales, profundísimas, cambien: quieren que sigan aumentando.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_