Salvar el último frontón
Arquitectos, historiadores y deportistas idean propuestas para recuperar el decano de los edificios de espectáculos de Madrid
Madrid corre el riesgo de perder como frontón el último juego de pelota de la veintena que tuvo en la etapa de esplendor de uno de los deportes más antiguos de cuantos se tiene memoria. Se trata del Beti Jai (Siempre fiesta, en euskera), un edificio monumental enclavado en la calle del Marqués de Riscal, capaz para acomodar hasta cuatro mil espectadores en sus 14.000 metros cuadrados de superficie. Se halla en Chamberí, el barrio peor dotado de instalaciones deportivas: 0,07% por cada 10.000 habitantes.
Es, sin duda, el recinto para espectáculos más veterano de Madrid. Fue ideado y construido en el año 1893 por el arquitecto cántabro Joaquín Rucoba (1844-1919), autor asimismo del teatro Arriaga, de Bilbao.
Pese a estar protegido como bien de interés cultural, el Beti Jai puede desaparecer por ruina o ceder su personalidad deportiva y verse trocado en hotel. Así lo denuncia la Comisión de Patrimonio del Colegio de Arquitectos de Madrid, anfitriona el miércoles de una reunión en su sede en la que colegiados, historiadores, deportistas y urbanistas exaltaron la cualidad monumental del frontón por considerar "catálogo a escala real de los principales estilos arquitectónicos y ornamentales del siglo XIX". Muestra la pátina del neomudéjar, el más madrileño de los estilos de aquella centuria.
En el Colegio de Arquitectos, sus comisionados de Patrimonio temen que el Beti Jai sea desprovisto de sus actuales salvaguardas y rebajada la protección actual para cambiarla por otra que anule o mengüe su función deportiva original. El Ayuntamiento tramita un anteproyecto de Rafael Moneo que plantea la construcción de un hotel en su solar, con el mantenimiento de algunos aspectos de su antiguo diseño, más un amplio estacionamiento subterráneo. El Ayuntamiento, dicen los arquitectos de la Comisión de Patrimonio, cree que ésa es la única manera de hacerlo rentable y descarta destinarlo expresamente a dotación deportiva para el barrio.
Según Pedro Navascués, experto en patrimonio arquitectónico, "no es sólo el último de los frontones de Madrid, sino el único del mundo de sus características tectónicas y ornamentales". Conserva la planta de su cancha, la traza de sus graderíos, tribunas y muchos forjados decorados, más cuatro pisos de balcones ceñidos por barandillas de laboriosa fundición y numerosas tipologías ornamentales de gran originalidad, señaladamente columnas metálicas y nervaduras roblonadas, engarzadas mediante atornillamientos.
El vuelo de su enorme cubierta, entablada por vigas alargadas de madera, y su piel, en ladrillo rojo oscuro que forra sus paramentos levemente combados con fábrica neomudéjar, son considerados extraordinarios por los vocales de la Comisión de Patrimonio del Colegio de Arquitectos de Madrid, Antonio Lopera y José María Churtichaga, así como por el también arquitecto Carlos Riaño y la historiadora Isabel Ordieres.
Consuelo Martorell, presidenta de la Comisión, subraya que, por tratarse de un bien de interés cultural, "goza de protección singular y sólo admite conservación y restauración".
Para Eduardo Gras, historiador del Deporte y licenciado en Educación Física, "como otros frontones españoles, el Beti Jai experimenta un proceso incesante de destrucción derivada de la desidia oficial hacia estos recintos". Y añade: "Pese a presidir, desde el siglo XVI y aun antes, la mayor parte de los pueblos de España, los frontones no gozan de protección patrimonial alguna. Cuando disfrutan de ella, como es el caso del Beti Jai, ni se restaura ni se conserva". Gras pugna desde hace 20 años por recuperar el juego de pelota para Madrid. "No es deporte olímpico, pero sí lo es mundial y se practica en 50 países; en todos ellos está protegido y se desarrolla, menos en el nuestro", dice con un poso de amargura.
El último frontón madrileño fue erigido en la entonces denominada avenida de la Virgen de las Azucenas en 1893, en plena crisis colonial hispana. Permaneció en uso hasta 1919, en que el fútbol comenzó a desplazar el juego de pelota entre las aficiones del público madrileño, que contaba con otros 18 frontones más donde se realizaban apuestas. Durante la Guerra Civil fue comisaría policial, y en la posguerra, paraje donde ensayaban las bandas de cornetas de Falange. Luego, una de sus alas fue utilizada muchos años como garaje para la reparación de Citroën, señaladamente el llamado 11 Ligero.
En 1998, PSA Citroën, que lo había adquirido de un deudor suyo, lo vendió por unos 500 millones de pesetas a un grupo vasco propietario de frontones en San Sebastián y Pamplona. Sus portavoces manifestaron su deseo de resucitar en Madrid el juego de pelota. No fue así y concibieron otros planes para ese solar, apenas a un latido de la calle de Almagro y del paseo de la Castellana.
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