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Columna
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'Pasmodernidad'

Recién extinguido el Movimiento Nacional comenzó a gestarse la movida madrileña. Madrid era una fiesta, la ciudad gris y temerosa que vivía bajo la sombra plomiza de El Pardo, con su soldadito de plomo en la garita, se desmelenó con los primeros compases de una libertad todavía entre paréntesis.

La fiesta duró casi una década: la urbe se miraba al ombligo y se gustaba y los jóvenes nativos, residentes, o visitantes arrinconaban en poco tiempo la parafernalia "progre", la barba, la pana y la contestación, para vestirse y peinarse con todos los colores del arco iris.

La movida apostaba por la forma frente al fondo y sus inexpertos y emergentes ídolos se declaraban enamorados de la moda juvenil y de la chica de ayer; vivían al calor del amor de los bares y garitos y declaraban, con el mayor desparpajo, su vocación de convertirse en botes de Colón para salir en la televisión en color; los opiáceos estaban a punto de convertirse en el opio del pueblo, la cocaína -o algo parecido a la cocaína- nevaba en los lavabos de todas las discotecas y los cuartos de baño se convertían en las estancias más concurridas y animadas de todas las fiestas privadas.

La movida era radicalmente apolítica en sus contenidos de amor y drogas y su capacidad de provocación se centraba en sus excesos, estupefacientes, eróticos y estéticos. Cierto es que los gobiernos socialistas, municipal y autonómico, protegieron y mimaron las actividades musicales de los bulliciosos cachorros.

Un alcalde que sabía latín tradujo el "Panem et circenses" por el "a colocarse y al loro" y un presidente experto en demografía no dudó en apuntarse a un carro del que acabaría bajándose, "la innombrable" así llegó a llamar a la movida de sus desvelos Joaquín Leguina.

Veinticinco años después de su presunto apogeo, la presidenta Aguirre invoca a la nostalgia institucional, y propone la conmemoración de un movimiento que ella y los suyos, desde el Ayuntamiento capitalino, pararon y cortaron de raíz. Cierto que la movida daba ya los últimos coletazos, pero las razzias del concejal Ángel Matanzo, con los gobiernos de Agustín Rodríguez Sahagún y José María Álvarez del Manzano, la enterraron definitivamente.

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En sus frecuentes arrebatos verbales, el concejal de Centro amenazaba con cerrar los lugares en los que, según su teoría, se reunían los sociatas, pero detrás de sus bravuconadas y sus desplantes existía una oscura trama de intereses; se trataba, entre otras cosas, de que los jóvenes empresarios, arrendatarios, que habían animado y revitalizado el ambiente noctámbulo en barrios como los de Huertas, Lavapiés, o Malasaña, devolvieran "saneados" y "movilizados" a sus legítimos propietarios algunos locales de moda y éxito que antes del traspaso habían sido pequeños comercios de comestibles, mercerías y otros negocios en vía muerta.

Ésta podría ser una de las explicaciones de la singular cruzada municipal contra unas señas de identidad que habían sido motivo de orgullo y acicate del turismo, del ocio y de la buena-mala fama de la capital.

Hoy Esperanza Aguirre puede exhumar sin miedo el cadáver maquillado de aquella movida, pasando por alto sus aspectos más conflictivos para centrarse en la moda juvenil, el diseño gráfico y textil, el pop adolescente y la posmodernidad postiza, elementos esenciales, hay que reconocerlo, de aquella fiesta generacional.

En la asunción teatral de Boadella, con coartada quijotesca, por parte de doña Esperanza puede verse el afán de la presidenta por limar las aristas de su perfil más duro, conservador y reaccionario; pero una cosa es invitar a casa al sarcástico y fantástico bufón, catalán pero no catalanista, y otra rememorar, por ejemplo, los éxitos de Almodóvar y McNamara (Yo quiero ser mamá), de Parálisis Permanente (Quiero ser santa) o de los cáusticos Siniestro Total y Derribos Arias.

La efemérides, si me dejan aportar sugerencias, podría culminar con la dedicatoria de una calle, tal vez una "Avenida de la Movida" y la erección de un monumento conmemorativo, un ingenio mecánico en el Jardín Botánico, como la estatua de la canción de Radio Futura.

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