Mad-Bcn
Una noche, hará un par de semanas, volvía a la ciudad cumplidos todos los requisitos. El avión había salido de Madrid con más de una hora de retraso. El permiso para aterrizar en Barcelona se había demorado. El aterrizaje, muy brusco, provocó gritos de mujer. Llovía. Sin finger. El autobús, después de varias sacudidas, dejó a los pasajeros a la puerta de un vomitorio estrecho y humillante. En la parada de los taxis sólo había noche, como es costumbre en el lado barcelonés del puente. Mientras se acercaban astrales las bombillas verdes, el hombre que tenía delante se volvió y masculló.
-Y el jodido tren sin llegar.
Era un hermoso y digno ejemplar del puente. Traje oscuro, cuello corto y rígido, corbata azulona, las primeras canas y un maletín flexible en la mano. Eran más de las once y quién sabe si había ganado el día o lo había perdido. Cuando por la mañana los veo salir siempre pienso en lo que decía Pla de los milaneses. Aquella luz de fiera esperanzada que les veía en los ojos al entrar y salir de los cafés, todo en un minuto, con la lengua achicharrada por el expreso: el reflejo del que aún tiene que ganarse la pasta asciutta del mediodía. De alguna manera, y para la inmensa mayoría de los usuarios del puente, un viaje entre Barcelona y Madrid es una partida que hay que jugar, y como cualquier partida puede ganarse o perderse. No se trata, necesariamente, de volver con el contrato firmado. Basta volver con un presagio, y los hay de todas clases. Sea cual fuere la victoria, por la noche, de vuelta, despunta el cansancio entre los hombres.
En 25 años volando en el puente aéreo puedo decir que jamás mis vuelos han cumplido estrictamente los horarios previstos
Y entre las mujeres. Yo he vivido paso a paso el gran cambio del puente. La incorporación de las mujeres. Su adhesión al animoso batallón. El ambiente ha mejorado mucho. Han aumentado las posibilidades de que te toque una de ellas al lado, en el asiento, y hay que celebrarlo porque son más limpias, más delgadas y más educadas que los hombres, y suelen evitar en general los almuerzos fuertes. Por lo demás, y aunque en muchas se ha producido un peligroso proceso de masculinización (ropas, ceño y objetos demasiado envarados), la mayoría se atiene a una cierta flexibilidad ética y estética que, al menos desde Coco Chanel, es una de sus características más preciadas.
No parece que la compañía Iberia haya sido nunca consciente de que en estos aviones va una legión de batalladores. Hay infinidad de detalles que lo prueban y no hay que acudir siquiera al trato poco cariñoso que los pasajeros reciben cuando las cosas van mal dadas. La legión, en su clase turista, no merece, por ejemplo, que le hayan quitado el refrigerio. Mucho menos merece ese cinismo megafónico que anuncia que "los pasajeros en clase turista tienen a su disposición el menú...", y que calla que los de bisnes lo tienen en mucha mejor disposición. Por supuesto, el refrigerio en sí tiene poca importancia. Lo importante era la novedad que podía traer la voz, la mirada, los movimientos de las azafatas e incluso de los azafatos. Vuelven tan cansados los legionarios a su patria... La política de ahorro podría haber hecho una excepción con el puente. Podría hacer también una excepción con los mensajes de la megafonía. ¿Sería muy costoso introducir variantes improvisadas? ¿Acaso no imagina la compañía cuál es la satisfacción del viajero cuando escucha que su capitán, inopinadamente, le dice que están volando a la altura de Reus, la hermosa ciudad, precisa, y que en Madrid hace frío, no siete grados, "frío", el capitán, con su acento de Guadarrama? ¿Y las filminas? ¿No podrían renovarse? ¿No comprende la compañía que un hombre derrotado (y mucho más si es el mismo todas las semanas) está para pocas bromas? La del puente no se parece a ninguna otra ruta. Debería cuidar sus ritos de paso. ¿No lo saben sus gestores?
A ninguna otra, se parece. Según datos de Eurostat, la oficina comunitaria, es la ruta aérea más utilizada en Europa. Cuatro millones de pasajeros al año. Hay quien puede interpretar el dato como una victoria. Craso error. Sólo demuestra el subdesarrollo de las comunicaciones que vinculan las dos principales ciudades españolas, insólito en Europa entre las de su importancia.
En más de 25 años volando en el puente aéreo sospechaba que nunca había salido y llegado con puntualidad ferroviaria. Tal vez esa puntualidad no sea posible. Tal vez la aviación dependa de demasiadas circunstancias que no controla. Hablé con Iberia la otra tarde sobre este y otros asuntos. La compañía sostiene que su puntualidad media anual roza el 90%. Hay que contrastar la experiencia con la estadística porque es posible que uno elija los días fétidos. Pero lo que me interesaba, sobre todo, era el concepto. Lo que se entendía por hora de llegada y hora de salida. Esta fue la respuesta de la compañía: "La hora de salida de un vuelo es la hora a la que quita calzos, es decir, cuando empieza a moverse, y la hora de llegada es su hora de parada, cuando se calza". Ahora ya lo puedo decir tranquilamente: jamás mis vuelos han cumplido estrictamente los horarios previstos.
La otra noche, cuando mi compañero de viaje, tranquilo y casi resignado después de su exabrupto, subió finalmente al taxi, camino de casa y la pasta asciutta, pensé en el extraño caso de este negocio básico: sus usuarios, después de 30 años, no ven la hora de librarse de él y claman por la llegada del tren como quien lo hace por el fin de una pesadilla. Extraño de veras. Por lo demás, la compañía transmite que el grado de satisfacción es alto y las quejas pocas, y quizá en esta convicción alienada esté la clave de 30 años así pasados porque no hubo más remedio.
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