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Reportaje:

Alberto II se sienta ya en el trono de Mónaco

La Casa Real española alega problemas de agenda para justificar su ausencia

El príncipe Rainiero III murió el pasado 6 de abril y, después de tres meses de luto oficial, su hijo Alberto II, de 47 años, se convirtió en su sucesor oficial. La ceremonia de acceso al trono tuvo lugar ayer en la catedral de Saint-Charles, un templo que corresponde al estilo de pastelería arquitectónica que, desde finales del XIX y hasta bien entrado el XX, hizo el encanto del diminuto principado, de dos kilómetros cuadrados de territorio.

La entronización reunió a 800 invitados, con buena representación de príncipes herederos y muy escasa de dirigentes políticos. Entre los invitados internacionales acudieron la princesa Victoria de Suecia y los príncipes Haakon de Noruega, Alois de Liechtenstein, Mulay Rachid de Marruecos, Joachim de Dinamarca y Feisal Biin Al Husein de Jordania, así como el gran duque heredero Guillermo de Luxemburgo y los condes de Wessex, en representación del Reino Unido. Otros asistentes han sido el presidente de Islandia, Olafur Ragnar Grimsson, el ministro de Justicia francés, Pascal Clément, y el de Exteriores chipriota, George Iacovu, y el jefe de Gobierno de Andorra, Albert Pintat.

España no estuvo representada, aunque la Casa Real se puso en contacto con los Grimaldi para explicar que su ausencia se debía a un estricto problema de agenda. El pasado verano Alberto II causó el malestar de la delegación española que defendía la candidatura olímpica de Madrid -presidida por la reina Sofía- al plantear la posibilidad de atentados terroristas en la capital española.

Para la ocasión, Alberto II estrenó un uniforme de gala inspirado en el de la gendarmería, pero con bordados sugeridos por su imaginación, que, prudente, le evitó el salacot recubierto de plumaje tricolor. Sus hermanas, Carolina y Estefanía, acudieron, cada una acorde a su estilo reciente: la primera, con un modoso traje oscuro; la segunda, con un traje chaqueta a rayas y, sobre todo, los labios pintados con un lápiz del mismo color que sus escarpines. A Carolina le acompañaba su marido, Ernesto Augusto de Hannover, mientras que Estefanía iba sin guardaespaldas, domador o volatinero.

El momento de mayor emoción se produjo cuando monseñor Barsi, oficiante de la misa, inició una oración en memoria del desaparecido padre y príncipe. Carolina y Estefanía no pudieron retener las lágrimas, y Alberto también pareció estar al borde del llanto. Luego el aplauso unánime de los asistentes devolvió la sonrisa a la familia principesca, una sonrisa que otros no supieron disimular cuando monseñor Barsi citó la ambición programática de Alberto II: "Mónaco, a su manera, puede convertirse en una gran potencia". Todo está en la "manera", claro.

Tras la ceremonia religiosa, el homenaje popular. Tres mil monegascos se reunieron en la plaza, delante del palacio, para vitorear a su príncipe y a toda la familia, para gritar un sonoro ¡viva! en honor de los Grimaldi. Por la noche, una vez reinaugurado el teatro de ópera de Charles Garnier, estaba prevista otra gran concentración entre el príncipe y ese pueblo del que se dice que conoce el nombre y apellidos de sus 7.000 habitantes.

Alberto II ha inaugurado su mandato bajo el reino de la transparencia. Por un lado, ha reforzado las medidas de control sobre los mecanismos de blanqueo de dinero. "Quiero que la ética sea el valor central de mi reinado", ha dicho. Por otro, ha reconocido que era hijo suyo el niño nacido de una azafata togolesa. Eso, unido a un rejuvenecimiento del Ejecutivo, puede dar un impulso a un principado que durante 50 años ha vivido de su condición de paraíso fiscal y de la especulación.

El príncipe Alberto sale de la catedral con sus hermanas, Carolina y Estefanía, y su cuñado Ernesto.
El príncipe Alberto sale de la catedral con sus hermanas, Carolina y Estefanía, y su cuñado Ernesto.REUTERS

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