Praga, en ayunas
En 1993, el actor, que está representando Comedia sin título en el teatro de La Abadía (Madrid), cruzó Europa en un Citroën AX con una pareja de amigos. ¿Destino? Praga.
La romántica capital de la República Checa...
Por entonces yo había viajado muy poco porque trabajaba todos los veranos de socorrista en una piscina. Me perdí la generación Interraíl totalmente. Tenía un primo que, como buen profesor, se había recorrido medio mundo, y me habló emocionado de Praga, del puente con la niebla...
¿Cuánto tardaron?
Unos diez días, porque nos desviábamos por todas las carreterucas. Mi amigo y yo hicimos la locura de pasar todo el viaje comiendo sólo fruta. Somos actores y queríamos tonificarnos y perder peso. Recuerdo que en Zúrich comimos un aguacate y que en Suiza nos dimos un atracón de moras. Así estuvimos hasta Praga.
Y allí, ¿la gran comilona?
Se supone que la transición a una dieta normal hay que hacerla con cuidado, pero tenía tanta hambre... Fuimos a un restaurante ruso que me recomendó mi primo. Le intenté explicar al camarero que quería algo sano , pero me trajo un filetón con grasa y salsa negra. Delicioso, pero me sentó fatal.
¿Y qué fue del puente?
No había niebla y, como era agosto, estaba lleno de turistas. No había manera de ver las estatuas. Lo que más me gustó fueron las callejuelas. Allí sí me encontré con ese encanto romántico y bohemio que tiene.
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