Mentiras y museos
Hace unos meses que el Ayuntamiento de Valencia decidió cobrar en los museos municipales una cuota como entrada de 2 euros y un euro para la reducida (jubilados, estudiantes). La oposición, un mes después consideró de "irracional" y de "fracaso" la medida del gobierno del PP (EL PAÍS, 21/07/2005), ya que las cifras de visitantes mostraban un desplome. Museos como la casa de Concha Piquer reducía las visitas en un 76,19%; la Casa Museo Benlliure en un 73,54%; el Palau de Cervelló en un 50%; las Torres de Serranos en un 49,7%; el Museo Blasco Ibáñez el 49,93%, y el de Ciencias Naturales un 48,77%. Estas cifras llamaron nuestra atención ya que la literatura de la Economía de la Cultura, según bien ha trabajado la profesora uruguaya Carolina Asuaga que nos visita, aunque con resultados diversos según los casos, evidencia con bastante frecuencia que en general la demanda de cultura es bastante inelástica a los precios -es decir que variaciones en los precios tienen poco efecto sobre la demanda-. Y especialmente los museos muestran elasticidades muy bajas. Los de arte, muy bajas, entre -0,1 y -0,2 (es decir una variación del precio del 100% solo tiene un efecto negativo de entre el 10% y el 20% sobre el número de visitantes). Y los de ciencia e historia natural, un poco mayores, pero aún menores del -0,3. También es cierto que algún otro estudio, como el realizado en 1998 sobre el British Museum, actualmente gratuito, determinó que si optara por fijar una entrada de pago, su público se vería reducido entre un 20% y un 35% dependiendo del monto. Otros pequeños estudios realizados con los estudiantes de turismo, aún sin excesivo rigor científico, mostraban que la disponibilidad a pagar de los visitantes de los museos de Valencia estaba bastante extendida y que por ejemplo en la Casa Museo Benlliure, el 85% de los visitantes mostraban su disposición a pagar por la entrada y además el precio medio que estaban dispuestos a pagar se situaba en 3,4 euros, por encima de los 2 euros que actualmente se cobra.
La solución al dilema, por tanto debía aparecer por algún otro lugar. La diferencia entre cobrar la entrada en el museo y no cobrarla se sitúa en el hecho de que si no cobras, maquillar las cifras de visitantes no tiene ningún coste exagerado, mientras que si cobras, aunque sean cincuenta céntimos, la cantidad derivada de la multiplicación de los visitantes por la entrada debe aparecer en algún lado. La conclusión más evidente, por tanto, es que antes de que se pagara algo por las entradas, el cómputo de visitantes se hacía de forma creativa, mientras que el precio de la entrada actual obliga a un mínimo rigor. Así, los visitantes de la Lonja se contaban a partir de la habilidad del bedel de turno en estimar los autobuses aparcados en la puerta. Un método intuitivo y barato, pero presumo que poco preciso. Pero con las cifras de los visitantes a los museos, incluso en los que se cobra, se juega alegremente porque se han convertido prácticamente en el único indicador político de la eficiencia en su gestión. Y la mayoría de los museos, sean gratuitos o de pago, mienten, o exageran, o confunden. La última la ofrece el Museo Príncipe Felipe, que se atreve a mostrar en titulares que el museo ha sido visitado por 15,7 millones de visitantes en los últimos cinco años y que en 2003 el museo recibió 3.320.243 visitas frente a las 2.300.000 del Museo del Prado. La cifra de visitantes comparable con la del Museo del Prado en 2003, son los 637.446 que pagaron por entrar en el museo Príncipe Felipe. Cifra, que se queda muy lejos de las cifras del Museo del Prado. Lo que cuentan de manera creativa los responsables del museo son la gente que pasea por el espacio abierto de abajo, -no el museo- que hasta la llegada de las medidas de seguridad se contaba con una célula fotoeléctrica en la puerta de manera que sólo con la ronda de los vigilantes de seguridad en una noche o la entrada diaria de los trabajadores a las vueltas del almuerzo pueden contar cientos y cientos de visitas. Si quieren comparar esa cifra de "paseantes", el verdadero espacio de referencia son los 11 millones de paseantes, ese mismo año, del centro comercial vecino, pero que no confundan diciendo que son visitantes del museo. Y cosas similares suceden en el IVAM, donde se computan juntos los visitantes a las exposiciones, los conciertos gratuitos o cualquier otro acto allí celebrado. También el Muvim ofrece cifras de visitantes (2.360 en la exposición La Imagen sobre el muro, según Levante 4/10/2005), cuando al menos las veces que yo he estado allí, no he descubierto ningún sistema visible de control de visitantes en las exposiciones temporales, e incluso puedes entrar por una puerta y salir por otra sin ningún tipo de registro. Y el San Pío V suma los conciertos de Jazz y de cámara para certificar el incremento de visitantes respecto al año pasado (Levante, 15/11/2005) y la Beneficència.... . La lista es interminable, y aunque me consta que en algunos museos, especialmente pequeños, el celo de sus gestores limita esta burda utilización de las cifras, lo cierto es que la práctica generalizada es que los registros son, en el mejor de los casos, interpretaciones aderezadas en la confusión de lo que recogen y en el peor, simples falsedades.
Una ciudad que apuesta por competir en las jerarquías urbanas de Europa no puede sostener estas prácticas si quiere significarse en la excelencia de la gestión cultural, ya que la cifra de visitantes es un indicador -no el único- relevante para captar las tendencias de la demanda en un mundo cambiante y reflejar, parcialmente, cuáles son las prácticas de gestión adecuada. Mi propuesta iría por que el Consell Valencià de Cultura definiera un modelo homogéneo, comparable y sencillo de cómputo de los visitantes de los museos valencianos, de acuerdo con las prácticas europeas, y que se encargara de recoger, centralizar, y en su caso comprobar los criterios de veracidad para finalmente difundirlos públicamente con la mayor prontitud posible. ¿O limitar las mentiras de los museos sería de una racionalidad y transparencia excesiva?
Pau Rausell. Unidad de investigación en Economía de la Cultura de la Universitat de València.
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