Crisis diplomática

Las abiertas discrepancias entre los presidentes de México y Venezuela surgidas en la reciente Cumbre de las Américas, a propósito del proyecto de libre comercio continental patrocinado por EE UU, han derivado hacia una crisis diplomática cuyo último eslabón es la retirada recíproca de embajadores. El detonante han sido unos comentarios de Hugo Chávez sobre su homólogo Vicente Fox, por los que México ha pedido formalmente unas excusas que Caracas no ha concedido.

En Mar del Plata, donde la figura del líder venezolano adquirió un protagonismo excesivo, los puntos de vista de Fox, favorable a las tesis de Bush sobre la puesta en marcha del Área de Libre Comercio americana, y los de Chávez, rotundamente en contra, chocaron como barcos en la niebla. Su rescoldo han sido las declaraciones del último calificando al presidente mexicano de "cachorro del imperio americano", aderezadas con la advertencia y amenaza de que si se mete con él, saldrá escarmentado.

La esgrima no se saldría del guión de las divergencias que suelen enfrentar a líderes políticos mal avenidos si no fuera por el tono inquietante que van adquiriendo las intervenciones de Chávez. El presidente venezolano, en su papel favorito de faro del antiimperialismo y redentor de los desposeídos del subcontinente, cabalga en un creciente populismo demagógico. En su alocución dominical radiotelevisada a los venezolanos, el gesto y el tono de sus palabras, al referirse a Fox, eran más acordes con un jefe pandillero que con un presidente en ejercicio.

Chávez juega tan fuerte en Latinoamérica como se lo permiten las cartas del precio del petróleo, de las que su país posee una de las mayores reservas mundiales. A su actitud respecto a Fox no es ajena la menguante relevancia política del presidente mexicano, con unas elecciones a la vuelta de la esquina. Pero al margen del oportunismo está la grave deriva del líder venezolano hacia usos públicos reñidos con el respeto a sus homólogos de terceros países.