El arpa mágica

Generalmente, el arpa encierra buena parte de esos tópicos de que se sirve mucha gente para despreciar la música clásica. Les suena a tardes de visita, a esa sobrina tan aplicada y tan cursi que va a tocar una cosa muy bonita, ya verás, en cuanto nos tomemos el chocolate. Si están un escalón más arriba se quejan de que tiene muy poco repertorio o de que sólo sirve para adornar y se creen que es cosa de niñas, aunque conozcan esa expresión caló asentada en el casticismo madrileño que hace referencia a un "gachó del arpa" que vaya usted a saber quién fue. Pero cuando pasa lo que pasó este fin de semana en el Auditorio, las ideas recibidas caen no ya por su propia bobería sino porque a ellas se oponen otras de peso inapelable. Las explicó Xavier de Maistre (Toulon, 1973), arpa solista de la Filarmónica de Viena y uno de los músicos más interesantes que este crítico ha escuchado en los últimos tiempos.

De Maistre venía al ciclo de la ONE con el Concierto capriccio de Montsalvatge, una preciosidad de obra con unos tiempos extremos muy divertidos -sobre todo el tercero, llamado nada menos que Rondó guaraní- y un central lírico y soñador. No se podía tocar ni demostrar mejor que, cuando se escribe con maestría, la integración de un instrumento tan complicado como el arpa en un tejido orquestal bien trabado es no ya posible sino gozosa. El público lo vio, lo aplaudió y fue recompensado con dos propinas -Falla y Ravel- que marcarán uno de los grandes momentos de la temporada. Dan gusto estos conciertos imprevisibles y vivos, donde la gente se encuentra con lo inesperado, lo disfruta y, encima, se lo agradecen.

La sesión se abrió con Don Quijote velando las armas, esa hermosura de Óscar Esplá que en cuanto acabe el centenario cervantino volverá a los archivos de las orquestas sabe Dios hasta cuándo. Una pena que se toque tan poco -la ONE lo hizo muy bien- a este músico conservador, conocedor y de evidente buen gusto. La segunda parte fue para la suite de 1945 de El pájaro de fuego, de Stravinski, lo que demuestra una vez más lo bien que programa Josep Pons. La lectura de la ONE fue muy interesante porque evidenció de nuevo, aun en sus carencias, que estamos en el camino. Quizá porque el anhelo de perfección es todavía un futurible, Pons cuidó algunos aspectos por encima de otros que ya vendrán. Por ejemplo, la claridad y el ritmo, la continuidad discursiva dentro de un tempo que permitiera una cierta holgura, que diera seguridad. Faltó, de otro lado, brillantez, garra dramática, anhelo escénico. Quizá pedirlo todo sea, por ahora, demasiado. Si seguimos así, llegará.