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Columna
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Farsa

Si usted ensaya ante el espejo cómo impostar la voz, fruncir el ceño y levantar el tono ante unos adversarios ficticios, lo más probable es que acabe partiéndose de risa. Si lo hace en público, con el poder de un gobierno a las espaldas, a poco que se descuide puede acabar convencido de que, además, tiene razón. Confundir la pose con los argumentos es un viejo pecado de la política, de cierta política sofista cuyos practicantes acaban a menudo secuestrados por su propia farsa. La agresiva retórica de la indignación, tan prepotente como ventajista, que Francisco Camps aprendió a interpretar, a poco de llegar al Palau de la Generalitat, para enfrentarse a sus adversarios, delata su debilidad cuando las cosas se ponen feas, como es el caso. Acostumbrado a mirar a otra parte cuando surge algún problema en su gobierno o en su partido, el presidente lo ha fiado todo a la bizarría de un discurso triunfalista, trufado de victimismo. Pero tal comportamiento, por mucho aliento que encuentre en el clima general de agitación de la derecha española, no resuelve nada. Desde luego, no resuelve la degradación de aquellos cargos públicos que traspasaron la línea roja de la honestidad. Tampoco la batalla feroz por el control del PP. Ni evita el retorno de viejos escándalos cerrados en falso. Y lo que es peor, alimenta monstruos. ¿De dónde, sino de la demagogia estridente que ha empleado el Consell en asuntos como el agua, la lengua o el debate territorial, surge ese espacio político de la extrema derecha al que se acaba de fugar, sin abandonar el escaño, un diputado popular por Castellón? Descartada la moderación que juiciosamente recomendaba Montesquieu para el ejercicio de la política, existe el peligro cierto de pasarse. La idea de prevenir a los ultras con discursos ultras, como los de algunos miembros del Consell, la mayoría de los portavoces del PP y algunos presidentes de cámaras de comercio es tan absurda como la de combatir la corrupción pidiendo a la justicia que persiga a quienes la denuncian. Claro que, eso es lo que ha intentado Carlos Fabra, sin éxito alguno, y lo que propuso ayer el propio Camps para tapar el feo asunto del Ivex, de Julio Iglesias y de su antecesor y rival, Eduardo Zaplana. Y de su consejero Justo Nieto, que a lo mejor ya intentó taparlo antes de otra manera. En fin...

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