'Pasión de gavilanes'
HAY MUCHOS españoles que, empachados de Estatut, me piden una habitación como refugio político durante unos días. Y a mí me duele la boca de decirlo: yo no puedo hospedar aquí a todo el mundo. ¡Puerta! Pero a los españoles les da igual. Ellos dicen que duermen en cualquier rincón. Ellos saben, los españoles, que tengo dos colchones hinchables, no de los de Benidorm, sino de los que se enchufan y se hacen tan majestuosos que parecen de Lo Monaco. Esto de que tengo colchones hinchables se debió de publicar en un confidencial.com. Actualmente hay un foro en la Red para hacerse turnos de visita. A mí esto, a la larga, me cuesta el matrimonio, porque a los españoles el jet-lag les afecta horrores y a las seis de la mañana ya los tienes en pie dando por saco y preguntándote cuál es la dirección exacta de Carrie, la de Sexo en Nueva York, cuál es la mejor iglesia para un Godspell y cómo se va al Bronx, que es algo que a los neoyorquinos les enternece, que los españoles quieran ir al Bronx, porque, salvando las distancias, sería como si un americano se levantara a las seis de la mañana para irse de turismo a Parla (a mamarla), y eso que yo he cambiado mucho mi concepto de Parla como destino turístico desde que leí la entrevista con El Bola. Los españoles quieren compensarte por los días de autoexilio que pasan en tu colchón y te traen jamón al vacío y Marqués de Cáceres. Los españoles quieren ir a sitios locos, desmadrarse; los españoles quieren que les lleves a restaurantes con ratas, ¡para eso están en Nueva York! ¡Qué alegres son los españoles cuando les sacas de sus casillas! Con nuestras botellas de vino español fuimos ayer, dos españolas valientes y yo, a un restaurante indio en el que te has de llevar tú la botella porque no tienen licencia. Llevábamos el vino envuelto, tumbadito contra el pecho, con tanto mimo como el que se le ve a Letizia con su niña. El restaurante no decepciona. Es, sin duda, el más hortera de Nueva York. Es tan hortera que cautiva. Seguro que le habría fascinado a Andy Warhol, que se pasaba la vida acodado en la barra del Quijote, un restaurante en el que hasta el gotelé parece del Mesón el Cruce. En nuestro indio, cientos de farolillos rojos cuelgan del techo, y entre ellos muñecos hinchables, Scooby Doo, Dumbo, Minnie, la novia de Micky; en fin, personajes entrañables que no sabemos qué tienen que ver con la India, pero proporcionan un aire multicultural. En los sitios tan horteras sólo cabe la posibilidad de ser feliz porque sería completamente ridículo estar ahí, bajo el farolillo, con cara de acabado. Somos felices, aunque, dado que no hablamos del Estatut para que sean efectivos estos días de desintoxicación estatutaria, a veces nos quedamos en silencio. Pero superamos el mono atacando el segundo tema más votado dentro del ranking de asuntos del Estado plurinacional. Hablo, lo habrán adivinado, de Pasión de gavilanes, esa telenovela que yo (concretamente) me estoy perdiendo. Malditas sean las circunstancias. Yo misma digo antes de un brindis: "No hablemos de las cosas que nos separan, abundemos en las que nos unen, o sea, Pasión de gavilanes". Me parece una frase que podría citar Zapatero si quisiera (que no querrá). Una de mis españolas es fisioterapeuta en la Seguridad Social. Yo la estaba admirando antes de que empezara a hablar, por guapa, pero ahora que me cuenta su trabajo en la Seguridad Social con las abuelas la admiro más. Imagino sus manos jóvenes y bonitas tocando los cuerpos machacados de esas mujeres que se mataron trabajando, pariendo y fregando de rodillas. Todas ellas le aconsejan: "Con lo guapa que tú eres, no te cases nunca". Ésa es la idea que les ha quedado del amor. Todas ven Pasión de gavilanes. Todas se sienten mimadas por las manos de mi amiga, pero si ella les da hora a las cuatro de la tarde tuercen el gesto: "Ay, doctora, que me parte la novela". Mi amiga las toca como no las tocó nadie; mi amiga les enseña a mover la pelvis, muchas nunca la movieron. Ahora, rodeada de farolillos rojos, con una música que parece ser india, siento nostalgia por cierta humanidad de mi país que se aprecia en el trabajo diario de gente admirable. Y es que a veces puedes hablar de España y no hablar de la clase política. Parece difícil, pero intentémoslo. Puedes incluso dejar aparcado ese tema que tenías pensado, el porqué se han puesto tan de moda entre los políticos las citas: Carrillo citando a Azaña, Aznar citando a Azaña, Carod Rovira citando a Azorín, Zapatero citando a Alfonso Guerra... Las citas las carga el diablo. La cita puede ser una piedra que se le tira al adversario, puede ser incluso que cites a uno de los tuyos para callarle la boca. Discutan sobre esto en casa, tómenlo como el ejercicio de la semana. Por su parte, las ancianas a las que mi amiga toca con sus manos mágicas citan de memoria frases tremendas de Pasión de gavilanes. La nostalgia son esas ganas que me entran de ir a hacer un reportaje a esa sala de masajes de mujeres que tienen como único aliciente la telenovela. Por cierto, El Bola también cita. No cita Pasión de gavilanes, sino una frase de la película de Mateo Gil: "En el guión ponía: embistiéndola por detrás". Y El Bola cuenta que se empalmaba sólo de leerlo y había que parar el rodaje "para que se bajara". A los españoles les encanta la palabra embestir, pero según las estadísticas se embiste poco. Se embiste incluso menos que en Japón, que es donde menos se embiste. A no ser, claro, que seas japonesa y te cases con Sánchez Dragó. En ese caso, por cierto, ¿Sánchez Drago sube la media de Japón o de España? No puedo vivir con esa duda.
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