Europeos
Después del revolcón francés del proyecto constitucional de la Unión Europea hemos entrado en un sopor de las ideas comunitarias del que necesariamente habremos de despertar. Se ha editado La idea de Europa, de George Steiner, de quien se ha dicho que donde está él, está la cultura europea. El texto es la trascripción de una conferencia pronunciada en el Nexus Institute de Amsterdam. Si miramos cuanto está ocurriendo en la vecina Francia estos días no podemos quedarnos impávidos ante una revuelta que se propaga por Europa sin motivo aparente, aunque con el propósito - ¿inconsciente? - de inquietar a los europeos desde dentro. Son sus ciudadanos o sus hijos quienes promueven una agitación europea que no podemos considerar improvisada. Los desesperados nunca llegan a manejarse tan bien ni con tan certeros resultados, como para conmover los cimientos de una nación como la francesa, donde se encuentran las esencias de la cohesión europea. En 1962, un grupo de españoles entre los que se encontraban unos cuantos valencianos participaron, desde la oposición al régimen de Franco, en la reunión de Munich, cuyo propósito nunca se ha podido conocer con exactitud. A su vuelta a España, a unos los detuvieron, los interrogaron o los confinaron. A otros no se atrevieron a importunarlos. En aquellas historias estuvieron Vicent Ventura, Joaquín Maldonado, Vidal Beneyto y otros con desigual fortuna. Los pensadores económicos valencianos habían concluido que el destino de España más que en su propia unidad territorial estaba en Europa. Las naranjas iban sobre todo a Europa y los turistas en mayor medida venían de Europa. Del resto de Europa de la cual los valencianos y los españoles habíamos sido excluidos. Poco después Joan Fuster en un célebre artículo que tituló Taronges per donar i vendre afirmaba que el Tratado de Roma era, para los agricultores y comerciantes valencianos, una legislación más inmediata que la proveniente del Boletín Oficial del Estado. Y denunciaba que ante ella estaban inermes. La idea de Europa que convence a Steiner comienza en los cafés, piezas fundamentales en el espíritu de los europeos, que se configura en las discusiones que fermentan en aquellos lugares de coincidencia. La siguiente constatación de que la cultura europea está viva, para Steiner, la comprobamos en la afición por plasmar en los rótulos de calles y plazas la historia y los personajes que han marcado el devenir de cada pueblo. En la estación de Dublín se informa sobre los poetas y en las calles valencianas separamos a los Reyes Católicos, como denunció Martín Domínguez Barberá, o más bien ensalzamos a Isabel de Castilla en el ensanche y olvidamos a Fernando de Aragón, cuya memoria se recupera en la posguerra. Por esa razón los Reyes Católicos perviven divorciados en Valencia. Steiner también recuerda en su libro que "un europeo culto queda atrapado en la telaraña de un in memoriam a la vez luminoso y asfixiante". Por el contrario, explica que en Norteamérica, las cosas son de otra manera y recuerda a Henry Ford cuando declaró que "la historia es una estupidez", porque su ideología es la del amanecer y la futuridad. Es el triunfo de la cultura de la gestión que amenaza con esterilizarnos, si no somos capaces de reaccionar con decisión y personalidad.
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