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Columna
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El péndulo islámico

Antonio Elorza

En una reunión informal con periodistas, al primer ministro turco, Tayyip Erdogan, debió escapársele la opinión de que la causa de la irritación juvenil en los suburbios de Francia residía en la famosa prohibición del velo a las creyentes. La noticia corrió como la pólvora y dio lugar a rectificaciones tajantes en su nombre. Nunca habría dicho tal cosa, y además, tampoco la violencia es justificable, aun en caso de "discriminación" (sic). Fue ocasión para comprobar en qué medida Erdogan considera las llamadas al entendimiento religioso y la promoción de la "alianza de civilizaciones" como puntos clave de su política exterior. Si otros aspectos de la convocatoria son de dudosa eficacia, especialmente si no se entra a fondo en la conexión entre religión y terrorismo, este logro ha de ser destacado, en su doble proyección: de un lado, en vez de ser un obstáculo el tema religioso se convierte en un impulso para la adhesión sincera de Turquía a Europa; de otro, va cobrando forma la perspectiva de una conjugación abierta de islamismo y democracia.

Conviene recordar que el avance de Turquía en esa línea, sobre el pluralismo religioso, la tortura o la cuestión kurda, se debe justamente a la presión europea. Paralelamente, ningún freno mejor contra la europeización que las propagandas, tantas veces presentes en nuestros medios, tendentes a probar que Turquía ya es Europa y que sólo hay que mirarla con buenos ojos. Desde la política actual a la visión histórica. No hace mucho que aquí mismo pudimos leer que Santa Sofía -perdón Ayasofía- es "un símbolo del crisol turco" (como la Alhambra debe serlo del español), que en Constantinopla / Estambul no hubo unos tipos llamados bizantinos (mal recuerdo) y que hay en el Este de Anatolia hermosas casas del pasado turco (sólo que construidas muchas por armenios luego asesinados en el primer genocidio del siglo XX). Menos mal que esta malentendida pasión turca no es compartida por todos en la UE.

La tendencia a la angelización resulta observable en otras aproximaciones a temas islámicos en España, especialmente entre quienes se consideran de izquierda. Bush, Europa e Israel son los culpables de todo. El terrorismo islamista es un simple subproducto de los males de la globalización. No hay riesgo alguno en que Irán acceda a la bomba nuclear y Ahmadineyah no hará retroceder en nada el avance de la sociedad civil iraní, se nos ha dicho una y otra vez. La enseñanza del islam sin control alguno a los niños musulmanes en nuestros países no encierra peligro alguno, como las predicaciones de los imanes. Olvidándonos de lo que es el terrorismo islámico, basta con evocar la alianza para hacer gala de optimismo. Entre tanto, en medios conservadores se difunde la falsa idea de que el islam está detrás de los disturbios registrados en Francia y que la inmigración musulmana es la causa última de la crisis. La xenofobia, singularmente la dirigida contra los magrebíes, crece entre nosotros.

Conclusión: sería oportuno que al abordar la cuestión de la "alianza" se tuvieran en cuenta los enlaces entre aspectos que se están tratando por separado. De nada sirve afirmar la fraternidad entre cristianos / occidente e islam, si no se analizan en profundidad las causas del conflicto, sin detenerse en el umbral del hecho religioso tal y como se presenta hoy y sin olvidar la coincidencia entre identidad religiosa minoritaria y marginación. Gracias al desatino cometido por Bush en Irak, al Zarqaui ya está en Jordania y pronto estará en Europa, lo cual aconseja buscar un complemento a la acción policial con un control eficaz de predicación y enseñanza islámicas. Aquí el problema se amplía y concierne al conjunto de doctrinas religiosas: por mucho que se enfaden Ratzinger y Rouco, y brame el PP, la situación es demasiado seria como para prescindir del estudio de la historia de las religiones, sin control de éstas, y seguir practicando la catequesis encubierta. Al margen de los comandos tipo 11-S y 11-M, el caldo de cultivo para terrorismo y revueltas surge tanto de la privación relativa de las segundas y terceras generaciones de inmigrantes, como de la incidencia de las culturas de la violencia y del monopolio de la religión a la hora de crear la identidad de los adolescentes. Frente a ello, la política de orden estilo Sarkozy es incluso contraproducente.

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