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Tribuna
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¿Reinará Leonor?

Pues yo creo que no, que no reinará nunca la niña felizmente nacida hace unos días. Y no reinará, precisamente, porque se va a intentar que llegue a hacerlo, por la anunciada reforma constitucional para suprimir la discriminación sexual en la sucesión a la Corona. Los bienintencionados deseos de llevarla al trono son, en una probable paradoja, los que causarán finalmente que nunca llegue a ocuparlo. Porque para el día en que pudiera hacerlo ya no habrá monarquía en España.

Esta sospecha mía nace de varias consideraciones distintas, aunque confluyentes en su resultado final, el del más que dudoso futuro de la monarquía en España. Por un lado, está la cuestión de lo que la monarquía es en sí misma, como forma de gobierno ("de Estado" dice nuestra Constitución), algo sobre lo que no suele reflexionarse demasiado entre nosotros. Tendemos a fundar nuestros juicios sobre la actual monarquía en consideraciones estrictamente pragmáticas, depuradamente utilitarias: no somos monárquicos sino juancarlistas, ésa es la fórmula que resume el pensamiento de quienes crean opinión en este país. Aceptamos la monarquía porque fue útil para cerrar el peligroso hiato de la transición, porque sirvió para conjurar el 23-F, porque mantiene a la Jefatura del Estado al resguardo de las luchas partidistas, y por una larga serie de otras razones igual de interesadas. Pero en el fondo, seamos sinceros, la vemos como una anomalía del sistema constitucional, como un gesto fallido de nuestra democracia. Lo que nos lleva a la pregunta crucial: ¿puede a la larga sostenerse la monarquía en una adhesión de naturaleza estrictamente utilitaria? Me temo que no.

Tener que interrogar a la ciudadanía por la sucesión en un ambiente de revisionismo es una coincidencia preocupante
¿Puede sostenerse a la larga la monarquía en una adhesión que es de naturaleza estrictamente utilitaria?

La monarquía, y no deseo resucitar las antiguas palabras de Bagehot, exige algo más. Exige aunque sea sólo un residuo de devoción, de deferencia, de sentimiento mayestático. De magia, en una palabra. Eso que vemos (y despreciamos) en las caras de esas mujeres pueblerinas cuando les visita la Familia Real. Sobre todo en los países con un déficit acusado de sentimiento nacional homogéneo intenso como el nuestro.

Por eso, el hecho de que la institución vaya a ser sometida a un acusado proceso de racionalización (la igualdad entre sexos) va a provocar por sí mismo que se tambalee. Porque al colocar la Corona bajo el foco racionalizador se van a suscitar inevitables críticas, de muy difícil superación desde el desnudo racionalismo político: si el principio democrático esencial es el de igualdad, ¿cómo es que se va a conservar el derecho de primogenitura? Y dando un paso más, ¿por qué una familia es depositaria en exclusiva del derecho de selección? Este miedo al análisis racional es el que traducía un reciente editorial de este periódico al conjurar como un desastre la posibilidad de un referéndum de modificación constitucional limitado al asunto de la sucesión. Porque, decía, entonces se convertiría en un referéndum sobre la monarquía. Algo que da miedo. Por algo será.

Quizás incluso podría superar nuestra monarquía este proceso de racionalización si no fuera porque confluyen hoy otros malos augurios. El primero -y hablo de una sensación subjetiva, aunque creo que sería fácilmente objetivable- el de que a los españoles se nos ha terminado la golden age, hemos ya consumido unos años en que (sin saber muy bien por qué) las cosas "nos salían bien". Nosotros no lo notamos quizás, pero para los observadores extranjeros era algo patente: teníamos barakka.

Ese periodo de gracia duró veinte años más o menos, pero a partir del comienzo del siglo se agotó. Desde entonces escribimos cada vez con más torpeza y dificultad nuestra convivencia. Y, esa es la cuestión, es ahora cuando hay que llevar a cabo una operación que exige particular finura y destreza en todos los actores. Torpes tiempos para ello.

Y hay más. Estamos en los prolegómenos de una fase de revisión airada de nuestra memoria común. Los nietos de la guerra quieren revisar el pasado, traerlo de nuevo ante el tribunal del sentimiento y el criterio actuales. Lo de menos es que su exigencia tenga sentido o no, el hecho es que la plantean. El proceso se ha iniciado y será imparable, entre otras cosas porque hay muchos interesados en celebrarlo, además de los jóvenes altruistas. Viviremos tribunales de la verdad o comisiones por la justicia histórica, como señalaba hace unos días Enrique Moradiellos. Y la cuestión es: ¿qué sentencia le reservará a la monarquía, reinstaurada por el dictador, ese proceso de revisión justiciera? No favorable, con seguridad. Tener que interrogar a la ciudadanía por la sucesión justo en ese ambiente de revisionismo es una coincidencia preocupante.

Como se ve, todo confluye para que la monarquía naufrague en un futuro no lejano, y así Leonor no encuentre trono que ocupar cuando llegue su turno. Es probable que sea una situación más feliz para ella personalmente. Para los españoles, sinceramente, no lo sé.

José María Ruiz Soroa es abogado.

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