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Reportaje:REVUELTA URBANA EN FRANCIA

Donde el Estado no se atreve a entrar

En la periferia de París, los chavales juegan en el cibercafé y por la noche pasan a la acción

Salim sale a la puerta de su negocio, señala un bloque de edificios al otro de la plaza y dice: "Allí el Estado no se atreve a entrar; ha dimitido, simplemente no existe". Son las seis de la tarde y esto es el bulevar Carnot, en el centro de la ciudad de Saint Denis, una de las zonas más vigiladas por la policía desde que empezó la revuelta. Salim tiene 39 años y es el dueño de un cibercafé con 90 pantallas en las que por un euro cada 15 minutos esos chavales de las capuchas o las gorras caladas juegan a la guerra virtual hasta que se hace de noche. Después, pasan a la acción.

Salim, que es de origen argelino, sabe mucho de ellos. Quizás más que sus profesores y también que sus padres. "Obsérvalos", dice señalando la sala de ordenadores que todavía está medio vacía, "uno juega y nueve miran. Suelen reunir el dinero entre todos y juegan por tandas. Cuando uno quiere hacerse el listo y estar más tiempo de la cuenta, se montan unas trifulcas de miedo. Se dicen palabras que hasta a mí me da vergüenza escuchar y hasta se lían a puñetazos. Tenemos que separarlos. Desde hace dos semanas han encontrado la manera de hacer las paces: salir juntos a quemar coches. ¿Y sabes por qué? Simplemente porque se aburren".

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Abdul no está de acuerdo. Sale del cibercafé, mira el helicóptero de la policía que ha llegado y sonríe como aceptando el reto de una noche de acción. Abdul, que tiene 21 años y es de origen tunecino, dice que la culpa de todo la tiene Nicolas Sarkozy, el ministro del Interior: "Ha dicho que va a limpiar los suburbios con una pistola de agua a presión como las que hay en los lavaderos de coches, y en vez de pedir perdón por los dos jóvenes muertos, ha felicitado a la policía. Nos ha lanzado un reto y nosotros lo hemos aceptado".

Salim sonríe condescendiente, le dice adiós y se dispone a entrar en el fondo de la cuestión. Él, como muchos en Saint Denis, cree que lo único que ha hecho Sarkozy es prender la chispa, "quizás con la intención de guiñarle un ojo al electorado de extrema derecha", pero que la gasolina estaba almacenada desde hacía mucho tiempo. "Mira allí", y vuelve a señalar el vecino bloque de edificios, "en esas viviendas sólo viven magrebíes y subsaharianos. Son familias con seis o siete hijos. El padre trabaja todo el día para ganar 1.200 euros. Apenas se desenvuelve en francés, no les puede dar una paga a sus hijos y tampoco tiene ganas de escucharlos protestar en casa. Así que los deja que salgan por ahí. Sabe que trafican con hachís, que les roban los móviles a los turistas y que, desde que empezó la revuelta, se organizan en pandillas para quemar coches. Pero, ¿qué va a hacer? El Estado lo ha dejado solo con sus problemas. Allí no entra la policía, ni los asistentes sociales, ni tampoco ningún político es capaz de hablarle de futuro y sostenerle la mirada. Él no puede más que aguantar porque sabe que en su país de origen las cosas están todavía peor, pero ellos, sus hijos, no se sienten ni de allí ni de aquí".

Martine Mavroidis no tiene ese problema. Ella es francesa desde que su árbol genealógico fue plantado, pero conoce bien la situación. Profesora en un colegio de La Courneuve, uno de los barrios más problemáticos del departamento de Saint Denis, dice que, la imagen de país plural que refleja la selección francesa es simplemente mentira. "Los muchachos de aquí saben que su currículo no servirá de nada si lo firman con su verdadero nombre. Da igual que tengan matrículas de honor. Si al principio ponen Mohamed, irá a la basura. No podrán entrar en la televisión, ni en la policía, ni siquiera en la política salvo como nota exótica. Por eso, de un tiempo a esta parte", añade Martine, "cuando animo a algún chaval para que estudie más porque tiene capacidad, me responde con la misma pregunta: ¿para qué? Donde tenía que estar el futuro sólo ven una tapia".

A las siete de la tarde, los patrulleros de la policía ya van y vienen con las sirenas encendidas. Tres camiones de bomberos se internan en el bloque de viviendas que señalaba Salim. En algunos escaparates han aparecido esta tarde unos folios en los que la Asociación contra la Violencia anima a acudir a una concentración silenciosa que tendrá lugar el jueves en la puerta del Ayuntamiento de Saint Denis. Una vez más, y en ausencia del Estado, los vecinos empiezan a organizarse por sí mismos.

"Aquí la policía y los periodistas", dice Yazid, un tendero de 45 años y origen argelino, "sólo vienen cuando hay humo. Lo demás no les interesa. Por eso a nosotros tampoco nos interesan ustedes". Yazid volverá a dormir esta noche tras las rejas de su tienda, situada en el centro de Aubervilliers, otro de los barrios conflictivos. "¿Sabes cuántas veces me han robado en los dos últimos años?", pregunta. "Nueve. ¿Y sabes cuántas veces he llamado a la policía? Ninguna. ¿Sabes qué hace el Ayuntamiento cuando no quiere que le roben en un colegio? Contrata a los delincuentes y los pone de guardas jurado. ¿Quieres más ejemplos?".

Policías antidisturbios patrullan en la periferia de París en la noche del martes al miércoles.
Policías antidisturbios patrullan en la periferia de París en la noche del martes al miércoles.ASSOCIATED PRESS

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