Dueños de un mundo de perros
Imagínense sentirse la escoria del mundo, abandonados por todos, nadie en un mundo de don nadies. Imaginémonos que cruzamos el continente más duro del mundo, un lugar donde los kilómetros de distancia no son proporcionales a la duración del viaje. Piensen en andar mil veces más allá del punto en el que jurarías que no puedes dar un paso más. Añadamos a esto escasez de alimentos, sed, calor, malnutrición y la presión familiar de tener que llegar a algún lado. Después de un viaje eterno, por fin llegamos al último paso, Marruecos. Ahí nos encontramos a otros como nosotros, viajantes, luchadores que abandonaron sus hogares hace meses, movidos por mil causas distintas. Nos escondemos en los bosques de las colinas que rodean la frontera de Melilla. Después de sortear cientos de amenazas y peligros, la policía marroquí y el
Ejército español representan el último escollo. Finalmente, miles de personas como nosotros están ahí, de noche en el bosque, preparados para saltar una verja que según crece nos separa del sueño llamado Europa. A nuestra izquierda vemos a una chica embarazada, tras otro árbol vislumbramos a un joven herido que tirita en el frío de la noche o tal vez por la malaria. Alguien grita algo en el silencio y todos salen corriendo hacia la verja, oímos disparos detrás de nosotros y cuando giramos la cabeza algo nos golpea y caemos al suelo.
Ahora, imagínense que después de morir mil veces a cada paso de nuestro viaje, después de ver el obstáculo final, nos levantamos al día siguiente prisioneros de Marruecos. No sabemos hablar su lengua y nos encontramos en un autobús que no va a ninguna parte. Hay más como nosotros, la mayoría jóvenes y de cientos de lugares distintos. El autobús se pone en marcha dejando atrás a policías y a decenas de blancos de organizaciones humanitarias, que gritan impotentes por nosotros. Nos sentamos en el autobús y salimos de la ciudad, el paisaje de la carretera es monótono y estamos agotados; sin explicación nos ponemos a llorar, recordamos a la familia de casa, volvemos a oír esas palabras de apoyo antes de partir, vemos a nuestra hija en brazos de su madre, lloramos y sentimos por primera vez el fracaso de nuestra aventura.
El autobús avanza en línea recta. El chico sentado delante nuestro reza. ¿Lo imaginan? Nos van a abandonar en el desierto, otra vez en el desierto. Nosotros que soñábamos con los altos edificios de Madrid y volvemos de vuelta a la aspereza del desierto. Imaginen que esta noticia sale en todos los periódicos, todo el mundo se indigna y siente pena por nosotros; imaginen que esos periódicos están ahora en la basura y nadie se acuerda de dónde paró ese autobús; imaginen que a nadie le importa ahora nuestro final, se quedaron en ese autobús y no se acuerdan ni les importa más. ¿Se lo imaginan? No queda nada que hacer, perdimos, somos africanos, somos la escoria del mundo. Y ellos, los dueños de un mundo de perros. ¿Se lo imaginan?.
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