¿Matan más los domingos que el tabaco?
Infumable
Seguro que ya hay por ahí más de una tesis doctoral sobre la incidencia del tedio dominguero en las muertes indeseadas a corto, medio o largo plazo, ya que nada desgasta más que esperar sin provecho el día siguiente
Casi nadie utiliza ya ese término, que antaño se aplicaba sobre todo a los futbolistas y otros productos menores que no daban la talla. Ahora se aplica sin pegas al tabaco, y no es por hacer broma, pero no a los alcoholes destilados, los turismos de gran cilindrada y demás perlas de peligrosidad creciente incrustadas en nuestra vida cotidiana. A lo que íbamos. En septiembre creció el consumo de tabaco en nuestro país, por primera vez en lo que va de año. En ese infausto acontecimiento, tan fausto para otros, no se sabe qué influye más, si la salida al mercado de cajetillas con precios relativamente irrisorios o el regreso a los hábitos de siempre una vez concluidos los buenos propósitos de agosto. En la noticia que comento llaman la atención dos cosas: el número de cigarrillos vendidos, comprados por tanto y consumidos, y los 818 millones de puros fundidos en lo que iba de año hasta septiembre.
Secretos compartidos
Resulta difícil de creer que la fórmula exacta de una famosa bebida refrescante sea todavía uno de los secretos mejor guardados de este mundo, cuando hay tanto laboratorio de universidad o todavía más silvestres capaces de determinar la mezcla precisa de las sustancias que consumimos. En realidad, todo esto parece una entelequia. No sabemos con exactitud la clase de engrudo que comemos en relación con no importa qué producto, ni siquiera en la angelical cocina de mercado. El mejor cocinero carece de los medios para determinar el índice de mercurio de los pescados que se ofrecen como frescos, y mejor no decir nada acerca de una fruta que, aún lavada y pelada antes de llevársela a la boca, es susceptible de ser integrada en el organismo con grave riesgo -retardado, eso sí- para el consumidor. ¿Alarma o melindres? Peor se alimentaban en la Edad Media. Y aquí estamos. Todavía.
Y los pollos
Ahora aparecen en las pantallas de los televisores de todas las cadenas millones de pollos todavía vivos encerrados en sus respectivos campos de concentración a fin de añadir imagen a la palabrería sobre la gripe aviar. A primera vista, uno diría que el número de pollos filmados, entre los que no aparece Federico Félix, es de una magnitud en todo comparable a las imágenes de los cigarrillos obedientes a la cadena de fabricación que los produce. Si no sabemos qué comemos, con mayor razón ignoraremos lo que un pollo, con gripe o sin ella, tiene que decirnos acerca de sus condiciones de salubridad, ya que apenas si establecemos con el animal una relación distinta a la de mirar discretamente el etiquetado antes de destinarlo a la olla o a la boca. Sufre el pollo, sufre nuestro aparato digestivo, y no se descarta que la alimentación humana, para quienes pueden alardear de ella, se haya convertido en la peor versión de un desafío intermitente y cotidiano.
Cultura para nada
El teatro es todavía una de las pocas artes que conservan sin tacha el vivo y el directo, atractivo que no se reúne así como así en otras producciones artísticas. La experiencia como espectador que observa a otros espectadores resulta a menudo más rica, por no mencionar la amenidad, que el otro espectáculo que se desarrolla a trancas y barrancas sobre el escenario iluminado. Pero también ese bello hábito, el de observar la recepción de la obra mediante las oscilaciones de las cabecitas móviles de las filas anteriores, lleva camino de perderse. En las tres últimas ocasiones que he visto teatro, apenas si figurábamos dos docenas de espectadores en la sala, cosa grave cuando una de las salas en cuestión es el, hasta hace poco, nuestro primer coliseo. Si ya nadie tose durante la representación, debido tal vez a que las personas acatarradas prefieren quedarse en casa para que no les pique un pollo, es que el asunto está adquiriendo un feo aspecto.
Curarse en salud
Si se leen con atención las indicaciones que suministra cualquier prospecto del medicamento en apariencia más inofensivo, se descubre que las contraindicaciones y los efectos secundarios de carácter negativo suman más puntos que sus efectos beneficiosos. Si eso es así incluso en relación con la modesta aspirina, que no será cuando se consume un antinflamatorio de gran potencia o algo cardiovascular que puede atentar contra la siempre culpable función hepática. Claro que así la industria farmacéutica, más poderosa que las mafias que se dedican a otras cosas, se cura en salud, salvo en los casos en que agrava la de su ejército de enfermos. Y eso por no hablar de los medicamentos -en general, desconocidos- orientados al alivio de las enfermedades llamadas raras. Por ejemplo, la del PP, ese colectivo de riesgo.
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