La mala racha del 'Rotschild japonés'
Yoshiaki Tsutsumi deberá pasar cuatro años en libertad vigilada por delitos financieros
El magnate japonés Yoshiaki Tsutsumi, considerado durante seis años de la década de los ochenta y noventa el hombre más rico del mundo por la revista Forbes, ha sido condenado a cuatro años de libertad vigilada y a pagar una multa de 43.200 dólares.
El Tribunal de Distrito de Tokio que ha juzgado a Tsutsumi, de 71 años, le ha declarado culpable de falsificación financiera y de tráfico ilegal de información privilegiada. Tsutsumi fue presidente de la empresa Kokudo y del grupo ferroviario Seibu, así como presidente de honor del Comité Olímpico Japonés, en el que reforzó su amistad con el ex presidente del Comité Olímpico Internacional, el español Juan Antonio Samaranch.
Tsutsumi fue presidente de la empresa Kokudo y del grupo ferroviario Seibu, así como presidente de honor del Comité Olímpico Japonés
El tribunal ha tenido en cuenta que Tsutsumi se había responsabilizado de sus delitos como lo demuestra el que hubiera dimitido de todos sus cargos en Seibu antes de su detención y el que hubiera contribuido sustancialmente a promover la actividad deportiva en Japón. Un contrito Tsutsumi asevera que se toma en serio la condena y pide perdón a todos los que hubiera causado problemas.
El tribunal también ha condenado a Seibu a pagar 1,7 millones de dólares, y a Kokudo, uno de los accionistas y su empresa matriz, 1,3 millones de dólares, por actuar ambas contra la Ley de Cambio y Bolsa al haber declarado un valor inferior de las acciones que Kokudo tenía en Seibu.
Falsificación de datos
Llamado el Rotschild japonés, Tsutsumi había sido detenido el pasado marzo por ser sospechoso de estar implicado en un escándalo de falsificación de datos sobre los títulos de Seibu y de tráfico ilegal de información privilegiada. Todo comenzó cuando, en junio de 2004, Kokudo comunicó a las autoridades que tenía el 43,16% de las acciones de Seibu, 20 puntos por debajo del porcentaje que poseía directamente, el 64,83%, y en realidad muy lejos del 88,57% del que era propietaria a través de 1.200 afiliados, situación que se prolongó más de 40 años.
A todo ello se sumaba que los 10 principales accionistas de Seibu poseían más del 80% de las acciones, lo que era contrario a las reglas de la Bolsa de Tokio.
Por si fuera poco y para diluir su participación en Seibu, de agosto a octubre de 2004, el magnate y otros de sus altos ejecutivos en Kokudo (creada en 1918 por el padre del condenado, Yasujiro Tsutsumi) vendieron clandestinamente títulos de Seibu, valorados en 540 millones de dólares, a otras empresas, como la segunda mayor compañía aérea de Japón, All Nippon Airways (ANA), y a la cervecera Kirin. Una maniobra con la que intentaron sin éxito reducir el porcentaje de Kokudo en Seibu.
Tsutsumi, una de las figuras más influyentes del empresariado nipón, había tejido una red financiera ilegal, que le habría permitido durante 40 años consolidar el imperio que heredó de su padre, uno de los pioneros en hacer que Japón resurgiera de la devastación de la II Guerra Mundial para convertirse en la segunda economía del mundo. Hubo épocas en su vida, como en 1987, en la que Tsutsumi tenía una fortuna calculada en 20.000 millones de dólares y llegó a controlar 70 compañías de su enorme conglomerado ferroviario, hotelero y deportivo, que empleaba a 35.000 personas.
Tsutsumi tiene sólo dos propiedades a su nombre (dos casas; una de ellas, en la que nació su padre) y casi nunca figuró entre los mayores contribuyentes de Japón.
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