_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Túnel bajo el Estado

De pronto, Esperanza Aguirre se dio cuenta de cuál era la solución a todos los males que, a su juicio, sufre el país: hay que tratar el problema de España y el del tráfico en Madrid como si fueran una misma cosa. Cómo no se le habría ocurrido antes. La presidenta de la Comunidad había dedicado la mitad de la mañana a hablar del Estatuto, a insistir en que se trata de una reforma cifrada de la Constitución, a defender la necesidad de celebrar un pleno para combatir lo aprobado por el Parlamento catalán y a criticar al Gobierno; y la otra mitad a la promoción de su próximo túnel, que naturalmente va a ser de peaje, tendrá diez kilómetros de longitud y carriles de tres y medio de anchura, y que discurrirá, si nadie lo remedia, bajo el monte de El Pardo para unir la M-607 con la A-6. En opinión de la Comunidad de Madrid, ese túnel será usado por más de 40.000 coches cada día y, como siempre, no producirá ningún tipo de impacto ambiental sobre el monte que va a ser horadado.

La política de enterrar el tráfico le es muy grata al PP, cuya máxima con respecto a ese tema parece ser: el subsuelo es el futuro. De forma que Madrid se va llenando de túneles y más túneles, hasta el punto de que los desdichados que deciden cruzar la ciudad con sus coches pasan una buena parte de su tiempo en una especie de existencia subterránea que, a este paso, va a terminar por producir una mutación genética en los ciudadanos de la -con perdón- capital: seres de ojos anfibios, capaces de ver en la oscuridad y, tal vez, dotados de escamas que los salven de la humedad, unas branquias que filtren los humos subterráneos y uñas duras capaces de cavar, si la cosa se pone fea, para salir a la superficie. Si H. G. Wells viviese, seguro que escribía esa novela: la guerra de los submundos, o algo por el estilo.

Y entonces es cuando a la presidenta se le ocurrió. ¿Y si, lo mismo que pasamos de un lado a otro de Madrid por nuestros túneles, construyéramos otro túnel de emergencia que llevara de la Comunidad a los juzgados, sin pasar por el Congreso? Eso estaría muy bien y, además, podríamos inaugurarlo en este asunto del Estatuto. Vale, a lo mejor todos los grupos políticos con representación en las Cortes están dispuestos a discutir y enmendar en parte el proyecto en cuestión y, en cualquier caso, no se trata de un tema entre autonomías, sino entre el Estado y una de ellas, pero y qué: nos metemos por el túnel y salimos al otro lado del Congreso, sin ningún problema.

Uno duda mucho de que la solución al problema del tráfico consista en esconderlo, porque eso es como cuando los niños cierran los ojos pensando que de esa forma la pelota que vuela hacia ellos no va a darles. Y, con el mismo argumento, tampoco resulta fácil confiar en que un partido de la importancia del PP pueda afrontar todos los retos que ofrece la sociedad española poniéndose una venda y echándose al monte al grito de Santiago y cierra España. A lo mejor es que están acostumbrados precisamente a eso, a creer que un país es algo cerrado, inamovible, en el que las banderas están atadas con nudos que no se pueden deshacer. A lo mejor no estaría mal recordar que una democracia consiste, precisamente, en que no hay cosas sobre las que no se pueda discutir, ni mucho menos que pueda prohibírsele discutir y valorar a los demás.

El problema de querer hacer un túnel bajo el Gobierno es que a lo mejor la salida está más allá de la ley y, sobre todo, más allá de la razón. Y que a los que lo cavan puede ocurrirles lo mismo que a los presos fugados de los tebeos, esos que al final aparecen en una cárcel todavía peor, o en la jaula del zoológico en la que están los leones, o algo por el estilo. Por ejemplo, ¿qué hace el proyecto de Estatuto catalán en esta columna de la sección de Madrid? Pues claro, está fuera de sitio, y tanto la Comunidad como el Ayuntamiento no deberían haberlo traído a unas páginas del periódico que no le corresponden. ¿No creen la presidenta, el alcalde y el resto de los políticos de uno y otro signo que han apoyado que una cuestión que, por ahora, pertenece a los Parlamentos catalán y español, que esto significa algo? O tal vez es que de lo que se trata es de hacer una red de túneles que comunique exclusivamente las comunidades autónomas gobernadas por el PP, y dejar el resto atascado. Por cierto, que ese tipo de túnel también es de peaje. Y, a la larga, sale muy caro.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_