_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Barcas

Todo lo que presenta Félix de Cárdenas en sus exposiciones es de calidad. Siempre acierta; y la única justificación que se me ocurre es que sabe mucho. Lo primero que sabe es lo que quiere expresar; después sabe ver el detalle que se le antoja utilizar para expresarlo; y, por último sabe tanto de pintura, conoce tan bien las obras de los artistas que le han interesado, que es capaz de poner, quitar o dejar en su obra con una seguridad que siempre resulta eficiente; será más o menos atractivo para el público, pero siempre funciona.

En esta primera retrospectiva que expone en la Caja San Fernando, lo que más me ha impresionado son sus barcas sencillas, frágiles, siempre solas e inestables, apoyadas en un movimiento continuo, en un agua inquieta e imprevisible. Por eso cada una se defiende como puede: barcas negras escamoteadas en la oscuridad de la noche entre peligros invisibles de terror de Poe; o esperando desafiante al enemigo como Moby Dick; o desesperanzadas y entregadas a la negrura como Madame Bovary.

Si han resistido la noche, durante el día las barcas pierden el miedo y navegan dejándose llevar por la corriente, sin prisas y apaciblemente. Lo que ocurre en el fondo del cuadro es amable, si hay nubes son claras y si corre brisa mejor. El sol, el agua y el color son talismanes contra cualquier mal y provoca en el público el ensueño de dormitar un tiempo sin medida hacia ningún lugar.

El atardecer es venturoso, aunque esconde el ocaso, el desguace y el abandono. Los restos de una barca con una gran cabeza de pez aparece en primer plano tan estremecedora como misteriosa en su no dolor, y de una belleza sobrecogedora. Los rayos del último sol brillan las aristas contra las concavidades como un definir sin definición porque el dibujo sólo presenta lo preciso, pues así debe ser y así se fomenta la imaginación. Si durante la noche se pierden, en el atardecer se desmoronan.

Hay sonrisa, miedo, compasión, lamento y admiración. No se sabe muy bien lo que se ve, pero se comprende que es real como la vida misma.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_