En la Universidad de Michigan
Lo que diferencia un viaje de cercanías de otro que no lo es, tiene muy poco que ver con la distancia física que nos separa del lugar y mucho, en cambio, con la extrañeza interior que nos produce. Es por esto que a pesar de que Ann Arbor, una pequeña ciudad norteamericana en el estado de Michigan, se encuentre a ocho horas de vuelo desde España, he sentido al regreso que no estuve en la otra parte del mundo sino a la vuelta de la esquina, donde todo me pareció entrañable y familiar.
Su Universidad, que es una de las mas prestigiosas de los Estados Unidos, me invitó a dar una charla sobre lo que yo llamo escritura interior. Es decir, esa escritura que uno va haciendo a lo largo de los años para uno mismo sin pensar, ni remotamente, en la posibilidad de hacerla pública en vida. Pero como mi escritura interior, es decir, mis Diarios que cubren más de cuarenta años de mi vida van a publicarse pronto en España, hablé de ellos en la Universidad de Michigan, donde estaban interesados en conocer detalles de este largo proceso creativo, o si se prefiere, de esa cita cotidiana y rigurosa de un contable con su libro mayor.
Distinguimos claramente lo que es el pueblo norteamericano y lo que es, o no, su actual Gobierno
En España no abundan los particulares dispuestos a sufragar una emisora que dé información honesta
Quizá fuera el hecho de hablar de mi propia obra a un grupo de profesores y alumnos de Ann Arbor lo que me acercó más, o de otra manera, a este lugar que Arthur Miller elogió como pocos. Porque Miller abandonó en los años 30 Nueva York para estudiar a la Universidad de Michigan por ser ésta la más barata del país y por tanto la única que un humilde camionero podía permitirse en tiempos de la Gran Depresión. De Ann Arbor le gustó a Miller lo que a cualquiera que venga ahora habrá de gustarle: su atmósfera acogedora y provinciana, sus calles en las que es posible pasear, su tranquilidad, su limpieza y su silencio. Hace pocos días han rendido aquí un homenaje al célebre dramaturgo, autor de La muerte de un viajante, y lo han hecho del mejor modo posible: con un nuevo teatro y un centro dramático que lleva su nombre.
Tomé la foto que ilustra esta crónica el miércoles pasado a las puertas de la Union de la Universidad de Michigan. Despertaron mi curiosidad esos estudiantes negros y erguidos, sosteniendo unos carteles como si estuvieran ellos mismos en venta. Se declaraba allí que guardaban silencio para testimoniar públicamente su agradecimiento al Black Action Movement que logró unos derechos de igualdad inalcanzables en la década de los 70.
En ningún edificio de la Universidad me cerraron el paso. Al contrario. Cuando me fatigué de pasear entre bicicletas y ardillas bajo los enormes árboles de Michigan, y me adentré primero en las distintas Facultades, y después en la Union, los estudiantes me cedieron el paso adelantándose para abrir la puerta. Todo estaba cuidado y limpio. De pronto me encontré sentado en una gran sala de lectura, rodeado de jóvenes escribiendo en sus ordenadores portátiles sobre largas mesas de roble, bajo una iluminación de vidrieras y un silencio absoluto. No recuerdo haber leído con tanta paz durante varias horas en ninguna parte como aquí, aunque pensara, malhumorado, en nuestras escuálidas y ruidosas bibliotecas españolas, en la suciedad y el abandono de nuestros edificios universitarios, y también en la vulgaridad y en la agitación reinantes. Precisamente estaba leyendo un extenso y elogioso artículo dedicado a Santiago Calatrava en el último número de The New Yorker. Y por eso me preguntaba si todas esas obras innovadoras y espectaculares irían acompañadas algún día por un cambio en nuestra manera de ser y de comportarnos, un cambio en nuestro modo de vivir la cultura sin ruido, desorden o suciedad.
Tenía una cita para hablar en el Departamento de Periodismo de la Michigan State University, que es todavía mayor que la anterior universidad (40.000 alunmos), y se encuentra a sólo una hora de Ann Arbor. Aquí me pidieron que explicara cuál es la percepción que existe en la prensa española acerca de los Estados Unidos. Así que dejé bien claro que distinguimos claramente lo que es el pueblo norteamericano y lo que es, o no es, su actual Gobierno. Y se me ocurrió empezar mi charla con unas palabras inolvidables de Martín Luther King: "I had a dream... I had a dream..." para añadir que en mi sueño de la noche anterior ya no era George W. Bush el presidente de los Estados Unidos porque había sido sustituido por Michael Moore, el popular cineasta nacido en este mismo estado de Michigan. Naturalmente hubo algunas risas, y un profesor vasco se acercó a decirme que Michael Moore, que acababa de visitar esta misma Universidad, se mostró sorprendido de su enorme influencia, tratándose de una persona de escasa cultura. Y se preguntaba cómo es posible que no aparezca un político demócrata capaz de reemplazarle. ¿No existía ese político o permanecía oculto en la oscuridad en espera de que el pueblo estadounidense echara a patadas a Bush de la Casa Blanca?
Por mi parte, resultó fácil resumir cuál es la percepción que existe en los medios españoles sobre el problema global creado por los Estados Unidos en el mundo, puesto que los Estados Unidos constituyen ellos mismos ese problema global, que extienden por todo su imperio. Aquí, dije, todavía tenemos al delirante ex presidente Aznar repitiendo su belicosa monserga que no es más que una pobre imitación de la utilizada por Bush. Y también tenemos una emisora episcopal que incita a las movilizaciones callejeras contra un gobierno legítimo, aunque no siempre acertado en sus decisiones, pero al que sus adversarios tratan de derribar desde periódicos y otros medios con golpes casi siempre bajos. Nos sobran periodistas herederos de la retórica del franquismo, aunque por suerte haya otros que no zozobran ni se doblegan en esta corruptela y confusión general. Lo que no tenemos es una emisora como Pacifica Radio, ni un espacio tan prestigioso como Democracy Now!, porque esta radio, aunque vive con el agua al cuello, no se ahoga nunca gracias al rescate de sus oyentes quienes, repartidos por todo el país, la financian de forma anónima y voluntaria. En España no abundan los particulares dispuestos a sufragar emisora alguna que facilite una información transparente, fiable y sobre todo honesta. Aquí gastamos nuestro propio dinero no tanto para estar informados de la verdad como para desmentir informaciones ajenas, falsas o tendenciosas.
www.ignaciocarrion.com
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.