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Columna
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'Piercing'

Ahora se dan en los colegios de aquí clases de islamismo y protestantismo pagadas por el Estado, y el catolicismo no es ya la única religión enseñada estatalmente. Sigo creyendo que el Estado no debería ser un predicador religioso, pero por fin los colegiales de España no son únicamente fieles católicos o ateos infames. Si querías religión en la escuela, tenía que ser católica, religión única del país, fundamento de la nación unida, como truenan estos días algunos propagandistas. La identificación de catolicismo y España es la esencia del sermón del momento, y el púlpito es una tribuna puramente político-ideológica.

El Estado no tendría que pagar ninguna religión, ni mayoritaria ni minoritaria. ¿Es imposible que los miembros de una comunidad de creyentes sustenten por sí mismos sus centros de reunión y sus guías espirituales? Si lo hicieran, tendrían más autoridad, más respeto. Mezclar Estado y religión, política y sentimientos sobrenaturales, siempre resulta arriesgado, como lo demuestran tantos fanáticos de todas las clases, cristianos y musulmanes y judíos. Es un venenoso pecado de soberbia creer que nuestros ideales, espirituales o no, tienen validez universal y merecen ser impuestos a todos.

Pero, dado que las clases de catolicismo constituyen hoy por hoy un intocable deber histórico-nacional, está bien que, reconocida la existencia de alumnos musulmanes y evangélicos, se imparta islamismo y protestantismo en los colegios. Martín-Arroyo contaba en este periódico la experiencia de Imán El Mansuri, doctora en Biología por la Universidad de Málaga, ciudad donde ahora enseña religión a 150 niños de siete colegios estatales. Parece que el velo de la maestra llama la atención, a pesar de que muchas monjas católicas sigan usando velo, como El Mansuri y como tantas malagueñas de hace sólo 50 años. Y la bióloga El Mansuri responde con una broma: lleva velo como otras se ponen un piercing en la nariz.

El piercing funciona como signo de rebeldía o demostración de independencia personal. El tornillo que taladra la ceja, la nariz, el labio, o la lengua, quizá sea una señal de dominio sobre el propio cuerpo, como una baliza o una boya para marcar un territorio. El piercing, una especie de suave mortificación de mártires, significa rebelión e independencia, diferencia adolescente-juvenil, y abundan los padres que lo encuentran fastidioso, incomprensible. Y así El Mansuri sugiere que su velo es una muestra de diferencia que más de uno verá con fastidio e incomprensión.

Pero la doctora El Mansuri, profesora estatal de religión en Málaga, debería haber valorado la existencia de países donde el velo no es signo de independencia, ni una valiente decisión personal, ni siquiera una decisión banal como un piercing. El velo, en algunas sociedades islámicas, es una marca de sujeción de la mujer: una marca de agresividad o violencia legal sobre aquella que se niega a llevarlo. Y seguramente ese velo forzoso les dolerá tanto a algunos musulmanes como a algunos católicos les dolía oír al católico Pinochet fundamentar sus crímenes en el culto a la patria, la religión, la familia y el patrimonio.

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