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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Réplica de Santiago Carrillo

Me ha sorprendido desagradablemente el artículo de Patxo Unzueta, uniéndose al coro de voces falangistas que me acusan de ejecuciones en Paracuellos. He dicho siempre e insisto hoy en que yo no di tales órdenes, Paracuellos no estaba siquiera dentro del área de la jurisdicción de la Junta de Defensa en esas fechas. Y el embajador de Finlandia o de Noruega -no recuerdo bien- que me visitó para denunciar estos hechos y que luego resultó ser un agente nazi, en un libro publicado más tarde en el Berlín de Hitler, reconoció que al visitarme después de los hechos yo no estaba al corriente de lo sucedido.

En esas fechas todas las órdenes que yo di fueron autorizadas por el general Miaja, bajo cuyo mando estaba la Junta que me hubiera retirado su confianza de haberlo yo ordenado. Sin embargo, Miaja mantuvo excelentes relaciones conmigo hasta su participación en el golpe de Casado. Si tuve alguna responsabilidad en aquel episodio fue la de no haberlo evitado. Pero en un Madrid asediado por las tropas de Franco, bombardeado día y noche por la aviación y la artillería enemigas que causaba miles de víctimas inocentes, con la quinta columna tiroteando desde los tejados en cuanto anochecía, donde carecíamos de soldados incluso para cubrir todas las bocacalles por las que podían entrar los atacantes; un Madrid que incluso el mismo Gobierno republicano pensaba que sólo resistiría tres días, la Junta de Defensa carecía de instrumentos para controlar plenamente la situación. No hay que olvidar que, hasta el traslado del Gobierno a Valencia, el orden público en Madrid no había estado a cargo de la policía, sino de los Comités creados por diversas organizaciones políticas y sindicales, cuya actuación terminó suprimiéndose durante mi mandato de consejero de Orden Público. Hubo que ir improvisando a cada momento medios de fortuna para asegurar la defensa de Madrid.

Lo que sí había en Madrid y fuera de la ciudad era mucho odio a los fascistas; miles de refugiados de Extremadura y Toledo que acampaban como podían a sus alrededores y que ardían en deseos de venganza. Y había también fuerzas incontroladas como la columna del Rosal o la columna de Hierro, que no se diferenciaban mucho de los que en guerras actuales son denominados "los señores de la guerra" por su total autonomía y ninguna disciplina respecto a las autoridades oficiales.

Yo no puedo asumir otra responsabilidad que esa; no haberlo podido evitar. Y tengo la desagradable impresión de que el señor Patxo Unzueta reacciona como lo ha hecho en su artículo más que contra otra cosa, contra mi artículo también publicado en su diario "Naciones y nacionalidades".

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