Piensen en las madres
Me pregunto cómo debe de ser la imagen que tienen de una madre los que legislan el funcionamiento del transporte en Madrid. He sido madre hace tres meses y jamás pensé que acarreara tantos problemas a la hora de movilizarnos por Madrid. En primer lugar, es desaconsejable viajar en metro por la inexistencia de rampas en toda la red. En su lugar, los múltiples escalones convierten a cualquier madre en levantadora de pesas, cargo que pocos quieren compartir con ella, pues en muy contadas ocasiones alguien se ha acercado para ayudarme a subir el cochecito del bebé.
El autobús no puedo considerarlo ni siquiera desaconsejable, sino imposible. Debido a las normas impuestas a los conductores, está prohibido subir con el cochecito sin desmontar. Yo quisiera que a mí se me explicara cómo pretenden que alguien consiga subir con una mano la estructura plegable que lleva las ruedas, con la otra el capazo donde descansa el bebé y, claro, no podemos olvidar al niño. ¿Cómo se supone que debo sujetarlo a él? ¿Con la cabeza?
Veo que proliferan las mochilas portabebés por toda la red de metro, unos ingeniosos aparatos en los que el niño se acomoda como puede para dormir y que permiten que el trayecto dure lo que resista la espalda de quien lo porta. De momento tiene seis kilos, pero dentro de un mes tendré que cambiarlo al cochecito y matricularme en una escuela de halterofilia si quiero volver a salir de casa. La idea que me persigue es que no debí gastarme casi 500 euros en el carrito del bebé -porque eso es lo que cuestan- y ahorrar ese dinero para comprarme un coche para mí. Lo siento, pero no me alcanza.
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