_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Haro Tecglen

A la ciudad de las ferreterías y de la niebla; a la ciudad tan remota entonces; al más templario burgo de la ruta jacobea; a la urbe de dos ríos mineros y de un viejo puente que mandó levantar un obispo del fin del mundo, llegaba desde Madrid en el tren, cada semana, la revista Triunfo, como una gran cesta de fruta. Y yo tenía mucha hambre.

Llegaba la revista que el franquismo perseguía, que acabó cerrando luego, para reabrirse después, maltrecha en lo económico, pero intacta en mensajes y esperanzas cuando era difícil tener esperanza. La revista que era la universidad de los jóvenes perdidos en las ciudades donde no había universidad; la de los profesionales que se la jugaban contra el régimen; la de los sindicalistas clandestinos; la de quienes trataban de seguir el teatro que se estrenaba en Madrid; la que hablaba de los títulos que casi nunca veríamos en las humildes librerías de la urbe carbonera.

Y allí venía Haro Tecglen, con su artículo que era un pórtico, dos páginas llenas de inquietudes y presagios, abriendo la senda por la que luego iban pasando Vázquez Montalbán y sus seudónimos, Vicent, Savater, Sartorius, Monleón y tantos otros. Casa de libertad e ironía, de cultura, la revista Triunfo. Lugar de optimismo incluso, en algún día claro, y de burlas muy legítimas en sus columnas más apartadas. Luego la revista desapareció, aunque Eduardo Haro mantuvo su verbo y su línea en este mismo diario. Y ahora que él ha muerto sería muy injusto no agradecer tantas tardes que nos ilustró, tantas claves que nos iba dando, tantos panes y peces que acabaron multiplicándose, también, en la Constitución de 1978, que yo veo muy hija de lo que Triunfo significó, de aquella generación de intelectuales y artistas españoles, de creadores y políticos en ciernes. Constitución que sirve a los intereses de los ciudadanos, aunque incomode a bulliciosas levas de dirigentes centrífugos, que hasta celebran el inquietante regreso de las consignas identitarias a los campos de fútbol, como en los torpes tiempos de Franco.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_