Jean-Michel Folon, diseñador, cartelista, escenógrafo y pintor
Jean-Michel Folon quería un mundo pacificado y bello. Él lo pintaba así, una y otra vez, a despecho de que la realidad se empeñase en desmentirle. Había nacido en los alrededores de Bruselas en 1934 y ha muerto en Mónaco el pasado 20 de octubre. La fama le llegó de manera inesperada, gracias a unos dibujos -acuarelas- enviados al azar a unas revistas americanas, concretamente The New Yorker, Esquire y Horizon. Gustaron mucho y pronto se encontró imaginando hasta cuatro cubiertas para Time.
Las imágenes que proponía Folon estaban hechas con pocos trazos, con colores degradados y vivos. Transmitían serenidad y melancolía. De la cabeza de sus personajes, a menudo altamente simbólicos, podían salir los colores del arco iris. O una lluvia de estrellas. Jamás pensamientos pesimistas.
Su estética fue adoptada en Estados Unidos por los hippies, de love and peace, y regresó a Europa para convertirse en material con el que la televisión pública francesa se despedía de sus telespectadores para desearles felices sueños.
Folon o, mejor dicho, su universo visual, se convirtió en una referencia, en una versión contemporánea de un mundo poblado por ángeles humanos. El propio Folon tenía algo de angélico.
Cuentan que cuando le pidieron que diseñase nuevas vidrieras para la iglesia del pueblecito de Burcy puso como única condición ser pagado en remodelación de paisaje: Folon exigió a cambio de su obra que se derribase un depósito de agua que afeaba el lugar.
Sencillo y luminoso, modesto y discreto, Folon ilustró textos de Kafka, Borges o Bradbury antes de hacer lo mismo con los de Jacques Prévert en 1979. En 1988, Amnistía Internacional le encargó otra ilustración que tuvo un gran éxito: la de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. También intervino como escenógrafo teatral y operístico, recreando visualmente el universo sonoro de Stravinski, imaginando colores crepusculares para la Venecia de Goldoni o interiores de fiesta para el París de La Bohème.
Amigo personal y gran admirador de Balthus, Folon fue víctima de su facilidad. Reputado en tanto que ilustrador, nunca obtuvo idéntico reconocimiento como pintor. Y eso a pesar de haber expuesto en lugares prestigiosos y del aplauso de sus pares. Folon parecía demasiado amable, demasiado bello, demasiado fácil. Probablemente, el hecho de haber privilegiado la acuarela en detrimento del óleo o del acrílico también jugó en su contra.
Desde el año 2000, en un espacio vecino a su Bruselas natal, se expone en una fundación que lleva su nombre un conjunto significativo de su obra. Es una posibilidad de valorarla y comprenderla globalmente, más allá de la timidez educada y comunicativa de sus colores transparentes.-

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