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Tribuna:QUINTO CONGRESO SOCIALISTA
Tribuna
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Aportación ingenua a la teoría de la vasquitud

Los socialistas han decidido incorporar la autodefinición de vasquistas a sus principios de acción política. Una definición cuando menos borrosa, que está pidiendo a gritos un poco de análisis, a no ser que acceptemos como toda explicación, una vez más, la que "sólo se trata de palabras". Es un análisis a realizar en un doble plano, el de la caracterización teórica de esa nueva definición, por un lado, y el de su operatividad política por otro.

En el primer aspecto podemos partir de la afirmación provisional de que ser vasquista es un calificativo que hace referencia a algo que, aunque su estatuto ontológico no sea claro, podemos llamar vasquitud. Ser vasquista es tanto como estar a favor de que esa cosa, sea lo que sea, impregne la política socialista. La pregunta obligada es entonces la de ¿qué sería la vasquitud como objetivo político?

Debe respetarse la nueva definición del socialismo vasco como nacionalista 'light', pero tiene algo de abandono

Ya de inicio se advierte que la vasquitud es una propiedad relativa a un determinado grupo humano. Esto es evidente, porque sólo para los vascos tiene sentido ser vasquistas. Sería incomprensible que un sueco se declarase vasquista en política. Luego, primera nota, esta propiedad hace referencia a la diferencia de un grupo humano concreto, y proclama tal diferencia como valor orientador positivo para la praxis. Vasquitud es por tanto reconocimiento y celebración de la diferencia. En segundo lugar, esta propiedad diferencial no puede ser poseída por igual por todos los miembros de la sociedad, es decir, no es equivalente a la condición de membresía vasca. Esto parece también claro, puesto que si la vasquitud correspondiera por igual a todos los ciudadanos vascos no tendría sentido proclamarse vasquista, ya que sería lo mismo que proclamarse vasco. "El socialismo vasco se declara vasco" sería una formulación tautológica; igual que "el socialismo se declara socialista". Por tanto, y vamos avanzando un poco más, la vasquitud es una dimensión distinta de la ciudadanía y que no se solapa con ella.

La vasquitud sólo puede ser, entonces, una determinada forma de conceptualizar o sentir la pertenencia a la comunidad vasca como colectivo diferente de los que nos rodean. Decimos bien, una determinada forma, no la pluralidad de formas de pertenencia que existen en la realidad. ¿Por qué una determinada y no la pluralidad? Porque la única fórmula capaz de recoger la pluralidad de sentimientos de pertenencia es la universal de la ciudadanía abstracta. Y si acabamos de comprobar que la vasquitud no equivale a la ciudadanía, tenemos que concluir que tiene que ser un sentimiento particular de pertenencia, no uno más amplio e incluyente de todos los sentimientos (de lo contrario, todos los vascos serían vasquistas por definición). El vasquismo no celebra la pluralidad identitaria realmente existente, sino una sola identidad.

Por tanto, la vasquitud consiste en una forma particular del sentimiento de pertenencia a la comunidad vasca. ¿Y cuál sería esa forma particular? Pues verán, resulta que eso es indiferente a efectos de su conceptuación, pues lo trascendente para su definición política no es tanto el contenido que cada quien adscriba a su sentimiento de pertenencia comunitario, sino el hecho de que un sentimiento particular de esa clase se adopte como guía de la acción política ¿Y en qué sentido es trascendente? En uno muy concreto: la politización de la pertenencia es, precisamente, lo que define al nacionalismo. Esto es lo que distingue a un ciudadano nacionalista de uno que no lo es: probablemente ambos poseen un sentimiento de pertenencia a una cierta entidad colectiva, pero el nacionalista lo politiza, lo hace ingresar en la esfera de la acción política consciente, mientras que el no nacionalista lo mantiene constreñido en la esfera privada. Y es que, en último término, el nacionalismo no es sino la politización de la pertenencia.

Sabino Arana resumió el contenido de su sentimiento de pertenencia politizado en "Dios y Fueros", algo que para un nacionalista actual sería inadmisible. Este último se inclinaría más bien por un contenido identitario fundado en la etnicidad. Pero ambos son nacionalistas, precisamente porque lo relevante para la definición del nacionalismo como actitud política es la politización de la pertenencia comunitaria, no el contenido sustantivo que se le adscriba.

Conclusión en el plano teórico (sorprendente aunque menos): asistimos a un momento histórico singular, aquel en que el socialismo vasco asume deliberadamente el nacionalismo entre sus principios. Un momento del que, probablemente, muchos socialistas vascos no son conscientes y que incluso rechazarán indignados al leer estas líneas, teniendo en cuenta las connotaciones negativas que asignan al nacionalismo como movimiento político, así como por esa creencia, tan difundida como infundada, de que "izquierda y nacionalismo son incompatibles". Y, sin embargo, como le pasaba al personaje del cuento, han empezado a hablar en verso aunque todavía crean que lo hacen en prosa.

No se indignen, amigos socialistas, por el resultado al que conduce el análisis. Atribuir una negatividad esencial al nacionalismo es algo gratuito, por muchos años que lleven haciéndolo. Además, haber adoptado el código nacionalista no significa que (ya) se hayan derivado de ello todas las consecuencias prácticas. Esto llevará su tiempo. Y, por último, ser politicamente nacionalista no significa necesariamente adoptar un thick culturalism, porque se puede ser nacionalista moderado, que es precisamente lo que parece pretender la dirección del PSE con su gambito.

Observación esta última que nos lleva al terreno de la praxis, en la que se trata de dar un sentido a este movimiento. Ese sentido puede encontrarse, por un lado, en la dinámica de la competición partidista: el espacio político permitiría actualmente un partido nacionalista moderado, que pudiera reunir a tanto nacionalista, como lo hay, que no está precisamente cómodo con el extremismo soberanista de los partidos correspondientes, pues los votantes nacionalistas valoran a sus partidos como más nacionalistas de lo que se consideran a sí mismos (Luis de la Calle). En ese sentido estratégico es perfectamente legítima y fundada la opción del PSE de desplazarse a lo largo del eje político "nacional" a la búsqueda de nuevos nichos de votos. Incluso aunque solo fuera como amenaza táctica que obligase a moderar su soberanismo al PNV para mantener sus feudos. Por otro lado, en un plano más normativo, hay muchos relevantes intelectuales que llevan tiempo defendiendo el vasquismo como única posibilidad para una acción política eficaz entre nosotros (Gurutz Jauregui), o arguyendo que el nacionalismo, una vez purgado de cualquier identitarismo fuerte, funge como adecuado cemento social para las sociedades postmodernas inmersas en lo global (Pedro Ibarra o Ramón Maíz). De forma que la conversión al nacionalismo del PSE tiene apoyaturas teóricas más que aceptables, por no mencionar el ejemplo del PSC, que hace ya tiempo que adoptó con desparpajo los postulados de lo que Pasqual Maragall califica como "la visión catalana del mundo".

Pero es que, además, la adopción de un nacionalismo moderado por el PSE es la única resituación congruente en el esquema de la "España plural" de Rodríguez Zapatero. No se trata de que el presidente se haya hecho nacionalista, afirmar lo cual sería absurdo, sino de que ha hecho suyo el esquema nacionalista de comprensión del Estado. La pluralidad que predica no hace referencia al pluralismo social, sino a la de las diversas identidades o pueblos que constituirían ontologicamente el Estado, y que sólo estaría limitada por la necesidad de corregir los desequilibrios entre ellos mediante la solidaridad. El Estado no sería en esta concepción, sino el mecanismo que garantiza la redistribución entre pueblos distintos que poseen un diverso nivel de bienestar (lo que, dicho sea de paso, nos pone ante la duda de si tendría el Estado español alguna justificación si todos fueran de similar riqueza). Pues bien, es bastante patente que, en un esquema así, la función de los socialismos subnacionales es la de cultivar su diferencia y apoyarse en ella como palanca de acción política. Poco sentido tendría intentar apoyarse en el dudoso entusiasmo o lealtad que pueda suscitar lo que no se considera sino un frío mecanismo. Como decía un crítico del patriotismo constitucional, la guía de teléfonos no es apta para generar sentimientos de adhesión.

La nueva definición del socialismo vasco como nacionalista light debe respetarse, por tanto, como una decisión razonable, congruente y, desde luego, legítima. Y, sin embargo, tiene algo de desgarro, algo de abandono. Quizás porque deja huérfanos de referente a aquellos ciudadanos que sentimos el liberalismo político como una exigencia necesaria, incluso en el plano de la ética, ante el moderno embate comunitarista. Algunos ciudadanos nos quedamos ahora un poco más en descampado.

José María Ruiz Soroa es abogado.

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