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Reportaje:

¡Olé Aazer!

Un recital muestra en Barcelona el ritual de poetas que escriben en urdu

Dice Cinta Massip que la referencia más cercana al ritual de los recitales de poesía paquistaníes que podemos tener por aquí son los tablaos flamencos. Y es cierto, aunque lo que pudimos ver el martes en el Ateneu Barcelonès dentro del ciclo Diàlegs sense fronteres, organizado por el KRTU de la Generalitat, se quedó un poco a medias. El aforo estaba compuesto en su mayoría por locales, más fríos, y no porque no comprendieran lo que se decía, ya que en la puerta se entregaban fotocopias con la traducción castellana de los versos que se iban a decir en urdu.

Flanqueado por dos discípulos barceloneses -Wajid Ali Shah y Nasir Sabri- está Mohammed Khalid, Aazer, vestido con camisa y pantalones blancos. Nacido en la India, Aazer lleva un tiempo en España, y algunos lo habrán visto en la obra de Roger Bernat Amnèsia de fuga. La sesión consiste en una lectura y un diálogo entre Aazer y el poeta Antoni Clapés.

Aazer recita en tono declamatorio, casi arengando a quien tiene delante con un gesto de la mano, mirando a los ojos del auditorio e instándole a reaccionar. Los discípulos responden, subrayan un verso a coro, dirigen loanzas al poeta y le piden que repita tal o cual estrofa. Aazer habla de distancia y desarraigo, de amistad y rectitud, de lealtades interesadas y de orgullo.

Wajid Ali Shah explica que el respeto y la ceremonia son fundamentales. El discípulo suele dar al maestro sus composiciones para que las juzgue y diga si han "jugado bien" con las palabras. En un recital se le pide permiso para leer.

En el diálogo, Aazer dice que, lejos de su país, la poesía le sirve para "revivir" cuando está "apagado". Y que del español ha adoptado algunas palabras. Se sonríe con retranca cuando Clapés le pregunta por el contacto con los poetas catalanes y por si confía en ser publicado al catalán o al castellano, en que su obra sea difundida.

Lo que sorprende no son los temas ni la actitud del poeta hacia su obra, sino, sobre todo, el ritual, afirma Clapés: "En Pakistán, esto se habría convertido en una fiesta", y más de uno piensa que el público barcelonés es quizá demasiado recatado.

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