Los Amantes estrenan casa
Un nuevo edificio en Teruel para dos momias con leyenda
El 13 de abril de 1619, el sacristán de la iglesia de San Pedro, la más antigua de la ciudad, accede a la extraña petición de prestarles la llave a tres de los racioneros para entrar de noche a la capilla de San Cosme y San Damián sin darle explicación. Movido por la sospecha, aparece en la iglesia y se los encuentra pala en mano.
En aquellos días, la viveza de la tradición oral de los Amantes había desatado un debate sobre su veracidad. Los racioneros querían pruebas y las encontraron: a la luz de las velas, aparecieron las momias de los Amantes de Teruel. Su historia era conocida: cuando Juan vuelve de buscar fortuna para casarse con su amada Isabel, ella se acaba de casar con otro y le niega un último beso. Él cae muerto, y en su funeral, la joven va a darle ese beso y muere sobre el cadáver. Mucho más que una "vana curiosidad", como adujeron en el juicio, debieron de sentir los intrépidos clérigos para eludir el riesgo de andar profanando tumbas en una iglesia. Quizá una mezcla de fascinación e interés por la historia de amor guió sus actos, la misma que ha mantenido viva la leyenda con mil variantes durante siglos, y contagiado a historiadores, científicos y artistas.
Ahora se inaugura un espacio, proyectado por el arquitecto turolense Alejandro Cañada, que arropa y amplía el mausoleo preexistente. Además de verse las momias del siglo XIII o XIV (datadas por el método del carbono 14 entre 1300 y 1390, aunque con cierto margen de error), se recoge la producción cultural que ha generado el desgraciado amor: desde el acta notarial de Yagüe de Salas en la que se da fe del hallazgo, hasta la ópera Los Amantes de Teruel de Tomás Bretón (1900), la banda sonora de Luna de miel, que compuso Mikis Theodorakis (1962), luego cantada por Edith Piaf, y fragmentos de las obras de teatro de Tirso de Molina (1635) o de Juan Eugenio Hartzenbusch (1836), la versión romántica y más popular. De Muñoz Degrain, maestro de Picasso, se muestra un boceto del cuadro del Museo del Prado sobre la muerte de Isabel.
Desde su enterramiento, al parecer en 1217, las momias han visto pasar el tiempo desde lugares insólitos: un armario empotrado en el claustro de San Pedro -del que fueron sacadas para mostrárselas con dos tétricas faldas al no menos tétrico Fernando VII en 1814- ; colgadas de un templete de madera; desde dos sarcófagos y, ahora, bajo las estatuas de alabastro y bronce que esculpió Juan de Ávalos en 1955 al quedar "horrorizado" con su ubicación.
El edificio del mausoleo se encuentra junto a la bellísima iglesia de San Pedro, cuya torre mudéjar y el ábside fueron declarados patrimonio de la humanidad en 1986.
Terminada la visita, se invita a que los viajeros escriban su particular historia de amor (en unas hojas que luego se cuelgan en corazones rojos). Alguien escribe: "Gracias por haber aparecido en mi vida".
El mausoleo (Matías Abad, 3; 978 61 83 98) abre todos los días, de 10.00 a 13.30 y de 16.15 a 19.00 horas. Precio de entrada, 7 euros
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