Visionarios o reformistas
Laten en este libro dos preocupaciones centrales. La primera, que la política no está en lo que debe, ni siquiera en condiciones de garantizar la seguridad ecológica, económica o pública de los ciudadanos. La segunda, que la izquierda habla mucho de reformar el rumbo de la globalización pero carece para esa escala de una teoría política y de cultura de gobierno lo bastante solventes como para disputarle las riendas del proceso al "mantra neoliberal". Pues bien, para esta nueva encrucijada de la política hay en las páginas de este libro "un primer esbozo de una teoría del buen gobierno" cuyo destinatario es la socialdemocracia, el sector de la izquierda con oportunidad de ejercerlo. Pero el autor no teoriza de la manera acostumbrada. Voluntad de intervención, sentido de las urgencias y sesgo programático dan una impronta singular a este ensayo, que en una parte al menos es además "diario de campaña", reflexión sobre la marcha de una rica experiencia desarrollada durante los últimos años en foros de debate y movimientos cívico-políticos. Probablemente debido a dicha implicación personal el libro exagera el alcance de las importantes movilizaciones contra la guerra de Irak, a las que se tiene, incluso, por partera de un nuevo sujeto político global, portador de semilla de emancipación y protagonista indiscutible por añadidura del vuelco electoral de marzo de 2004 en España. A mi entender, ese sujeto dotado de tales virtudes no existe. Mejor así, dados los antecedentes de los "sujetos históricos". Sí es cierto, en cambio, que la contestación global de los últimos años ha puesto de manifiesto una conciencia compartida a escala planetaria de la dimensión de los problemas que como especie padecemos y una sensibilidad moral común que debiera inspirar la solución de esos problemas.
HOMO GLOBALIS. EN BUSCA DEL BUEN GOBIERNO
Manuel Escudero
Espasa Calpe. Madrid, 2005
360 páginas. 19,90 euros
Tres son los valores básicos
que a juicio del libro deben regir las pautas para el buen gobierno en la era global. El primero y principal es el de la libertad entendida como no dominación. En este punto el libro no se limita a una paráfrasis deferente del concepto, tal como ha sido rescatado por el neorrepublicanismo de Philip Pettit, sino que lo explota de modo fértil en un examen exhaustivo del abanico de nuevas y viejas dominaciones causadas o reforzadas por la internacionalización de los mercados financieros, el poder de las grandes empresas, los flujos migratorios o las nuevas tecnologías de la comunicación. El segundo gran valor lo representa el universalismo democrático. No concibe el autor otra manera de combatir la gama entera de dominaciones sino generalizando el régimen democrático como forma de gobierno de la interacción colectiva, lo cual implica, junto a respetar ciertas reglas, compartir algunos principios de ética pública y cierta distribución del poder. De todas formas cuesta comprender cómo se cohonesta una apuesta política tan categórica en pro de una extensión planetaria de la democracia y sus valores con una no menos decidida fe en la, a mi juicio dudosa, causa del "multiculturalismo". Más aún cuando esa fe viene inducida, según se dice, por un "respeto infinito a la diversidad y a la diferencia". Tal deferencia resulta difícilmente conciliable, teórica y prácticamente, con la defensa -muy bien argumentada, por cierto- de un patrón universalizable de gobierno.
El tercer valor que alienta en esta nueva propuesta es el de la responsabilidad. Con toda razón el libro concluye recordando que "debemos pasar de una era de los derechos a otra de los derechos y las responsabilidades". Una responsabilidad de la política para que, en vez de propaganda, despliegue buenas razones; y de los gobiernos para que den cuenta de sus actos y consecuencias, y puedan así ser controlados. Responsabilidad social asimismo de las empresas que, además de cumplir con sus obligaciones medioambientales, atiendan a los derechos de los consumidores, cumplan con estándares laborales dignos y respeten en todas partes los Derechos Humanos. Responsabilidad, finalmente, de los propios ciudadanos, porque en la era global no pueden comportarse simplemente como consumidores desavisados. Si aspiran a que se reproduzcan de modo estable los bienes públicos y el orden político que les distingue como ciudadanos libres, necesitarán implicarse en lo colectivo de modo más activo y consciente, interiorizar la "hipótesis altruista" como algo importante; en una palabra, llevar una vida civil más costosa y comprometida.
A partir de estos presupues
tos normativos el libro despliega un variado repertorio de medidas para la gobernanza mundial que en muchos casos corresponde aplicar a los propios Estados, obligados ya a tomarse muy en serio la perspectiva cosmopolita. Así el lector hallará propuestas concretas sobre el equilibrio ecológico, la convergencia económica, la redistribución de la renta a escala planetaria, los derechos sociales en la esfera mundial, la acogida a los inmigrantes o la reforma de la ONU. Pero también encontrará en sus páginas respuesta a otros asuntos que van desde la situación en el País Vasco o el respeto a las minorías hasta la dominación de las mujeres. Y todo como base de una nueva arquitectura internacional y anticipo de otro mundo posible. He aquí un texto cuajado de sugerencias, buena parte de ellas deseables, pero sin que atisbemos todavía en nuestras democracias esa mayoría social dispuesta a arrostrar los costes de su puesta en práctica. Otras, lejos de ser el sueño de un visionario de otro mundo, representan la condición de supervivencia del único que por ahora tenemos.
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