Ruido
Estamos de obras. Los albañiles han invadido el hogar dispuestos más que nunca a la reforma. Desde hace tiempo, las cañerías suenan y alguna mancha enmohecida advierte de lo necesario del arreglo. Han empezado por la habitación de al lado. La mía será la siguiente. El polvo ha cubierto paredes, muebles y suelos aportando ese ambiente de caos doméstico que, si bien molesto y algo asfixiante, ya nos encargaremos todos de limpiar mañana a golpe de trapo, aspirador y fregona.
Lo que se lleva peor es ese ruido que acompaña a los procesos de reforma. Es precisamente ese ruido lo que me inquieta, pues me temo que el estruendo de martillos y cinceles, de obreros y capataces y de los que vivimos en este patio catalán de masía andaluza no nos esté permitiendo escuchar el desgarro con el que la insolada hambruna africana, dejándose la dignidad en el desierto y la piel en el espino, aporrea hoy día la puerta de la casa.