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Las plataformas tecnológicas

Desde la definición de la estrategia de Lisboa, en el año 2000, por la que se establecía el objetivo de convertir a Europa en la economía basada en el conocimiento más competitiva del mundo, se llegó a las conclusiones del muy mencionado Consejo de Barcelona de 2002 en el que los países de la Unión establecieron la necesidad de incrementar el gasto en I+D+i para mejorar el futuro de la competitividad europea. Es decir, se entendía que el gasto en I+D+i era uno de los caminos más importantes para conseguir el objetivo de convertir a Europa en la economía basada en el conocimiento más competitiva del mundo.

Sin embargo, el Consejo de Barcelona no sólo apuntó el incremento del gasto en I+D+i como un instrumento fundamental para conseguir los objetivos estratégicos definidos en Lisboa, sino que, realizando un ejercicio de voluntarismo, consideró fundamental que en dicho gasto la iniciativa privada participase de una manera extraordinariamente relevante, es decir, con la aportación de prácticamente el 70% de su financiación.

"Las plataformas tecnológicas son un reto para la industria, que tendrá que organizarse como crea conveniente"
"Será necesario poner en marcha los recursos necesarios para que las empresas sean capaces de definir sus estrategias"

Cinco años después de definir la estrategia anterior, no parece que el camino recorrido haya acercado a Europa a los objetivos fijados, y, por tanto, se empieza a hablar de revisar la agenda diseñada en Lisboa en el año 2000. Sin embargo, existen ciertas iniciativas que permiten ser más optimistas acerca de las oportunidades que se van identificando, analizando y tímidamente poniendo en marcha, con el fin de dar un salto hacia delante en el acercamiento de nuestro continente hacia los objetivos fijados en el Consejo de Barcelona. Una de ellas consiste en las plataformas tecnológicas.

Pero, ¿qué tiene de nueva estrategia la puesta en marcha de las plataformas tecnológicas? Existen varios aspectos que, por un lado, les confieren cierto carácter novedoso y, por otro lado, apuntan directamente hacia el objetivo de mejorar la participación privada en el gasto en I+D+i asegurando su crecimiento.

El primero de ellos consiste en el reconocimiento desde la Comisión Europea de la necesidad de poner en marcha nuevas políticas y estrategias que aceleren el hasta ahora lento proceso de convergencia hacia los objetivos de Lisboa y Barcelona, reconociendo que es necesario que los propios protagonistas y destinatarios de la estrategia definida en Lisboa tomen las riendas de su destino. Se trata de reconocer la madurez de nuestra industria y de su relevancia para conseguir los objetivos de competitividad y, por tanto, dotarles de un mayor grado de libertad.

Dado que la libertad, madura, está asociada a compromiso, la iniciativa de las plataformas tecnológicas tiene un enfoque claro hacia la búsqueda de una mayor participación de la financiación privada en el gasto en I+D+i, otro aspecto relevante para alcanzar el objetivo del Consejo de Barcelona de 2002.

Es conveniente señalar que la Comisión Europea entiende que no es ni propietaria, ni conductora, ni gestora de las plataformas. La Comisión no se reconoce como homologadora de las mismas ni les quiere conferir un carácter institucional, ni se considera oficialmente atada a sus visiones. Sin embargo, la Comisión quiere ser dinamizadora de una estrategia bottom-up, actuando como agente que apoya y sólo guiando a las plataformas en lo que sea necesario.

Como consecuencia de esta nueva estrategia, la Comisión ha decidido que sea la propia industria europea la que lidere la creación de dichas plataformas, la que defina sus propios modelos organizativos y la que se preocupe de buscar los instrumentos de financiación más adecuados. Las plataformas tecnológicas deben entenderse, por tanto, como un reto para la propia industria: debe organizarse como crea conveniente, con el objetivo fundamental de definir sus necesidades, que desde las capacidades existentes o que se deban crear en materia de investigación y desarrollo tecnológico les permitan posicionarse convenientemente en un mercado futuro altamente competitivo y globalizado.

Como consecuencia de este grado de libertad y de las diferencias estructurales de las diferentes industrias europeas, las plataformas tecnológicas han surgido y han evolucionado de maneras muy heterogéneas, dando lugar a modelos organizativos diferentes. En estos modelos, en casos particulares, las asociaciones industriales adquieren un papel clave para asegurar la máxima participación de la industria europea. La libertad se vuelve a mostrar como generadora de diversidad y, por tanto, de riqueza.

A cambio del reto lanzado a la industria europea, la Comisión se compromete a orientar sus políticas de I+D+i de manera que estén alineadas con esa visión industrial y con las necesidades y planes de implementación que la propia industria diseñe. Para ello, la Comisión redactará sus programas de apoyo a I+D+i incorporando las agendas científico-tecnológicas que la industria, mediante las plataformas tecnológicas que ella misma cree, sea capaz de definir. Los instrumentos de financiación serán, por tanto, los instrumentos existentes, pero con objetivos orientados hacia actividades estratégicas definidas por la propia industria.

Obviamente, la Comisión debe ser capaz de combinar la libertad otorgada a las plataformas, con la necesidad de que los objetivos de la misma sean efectivamente representativos de los de toda la industria europea que dicen representar y no sólo de un reducido grupo de grandes consorcios industriales.

Desde el punto de vista español, las plataformas tecnológicas plantean retos muy específicos. Entre ellos se encuentra, en primer lugar, la capacidad de la empresa española de asumir un papel de liderazgo para identificar necesidades futuras en el ámbito de la investigación y desarrollo tecnológico que le permitan contribuir a definir estrategias a largo plazo. La mayoritaria participación de la pequeña y mediana empresa en el tejido empresarial español y los problemas que ya están planteando los mercados globales y las nuevas formas de competir basadas en la innovación obligan a muchas industrias españolas a centrar sus esfuerzos en asegurar su subsistencia dejándoles poco tiempo y recursos para planteamientos estratégicos a largo plazo en materia de investigación y desarrollo tecnológico.

Por otro lado, la escasa relevancia que se ha dado desde las políticas públicas y desde muchos de los agentes que realizan actividades de I+D a la participación empresarial en la definición de sus propias estrategias en materia de investigación y desarrollo tecnológico hace que posiblemente la industria esté poco preparada (poco acostumbrada) para asumir ese papel en la actualidad. El escaso fomento del espíritu emprendedor y del riesgo desde fases tempranas de la formación de los recursos humanos y las continuas referencias a la consagración de un mal entendido Estado del bienestar no nos permite disponer de personas con visión estratégica que entiendan que es necesario vivir hoy un poco peor para vivir y, lo que es peor, sobrevivir, el día de mañana. A pesar de todo, sólo desde la participación protagonista de la industria en la definición de las estrategias en materia de investigación y desarrollo tecnológico las plataformas tecnológicas podrán dar sus frutos.

Por tanto, será necesario que todos los agentes españoles implicados en estas plataformas asuman que quien debe liderar y definir los pasos a seguir por las mismas debe ser la propia industria. Dadas las dificultades antes explicadas, será necesario poner en marcha los recursos necesarios para ayudar a que las propias empresas sean capaces de definir sus estrategias futuras en materia de investigación y desarrollo tecnológico. Es en este punto en el que los centros tecnológicos pueden desarrollar un papel fundamental.

Los centros tecnológicos están acostumbrados a realizar el tipo de reflexiones que en el ámbito de las plataformas tecnológicas deben realizarse, así como a hacer participar a sus empresas-clientes en las mismas. Téngase en cuenta que en sus órganos de gobierno participan mayoritariamente empresas de diferentes sectores y que, de hecho, contratan el 60% de su actividad a empresas de su entorno más o menos próximo.

Por otro lado, los centros tecnológicos pueden actuar de interlocutores de un gran colectivo de empresas españolas, permitiendo traducir las necesidades industriales en necesidades de investigación científica, así como traducir los resultados de la investigación científica en aplicaciones útiles para la industria. Su éxito en la correcta realización de esta actividad está avalado por su capacidad de contratar con sus empresas cliente actividades de I+D+i, una medida clara del valor atribuido al centro tecnológico por parte de su entrono empresarial.

Los argumentos anteriores son los que han propiciado que más de una decena de centros tecnológicos estén participando ya en más de diez plataformas tecnológicas de las que hasta ahora se han creado en Europa.

El segundo de los riesgos tiene que ver con el establecimiento de los mecanismos que aseguren un apoyo decidido y sostenible, es decir, estable en el tiempo, a los planteamientos estratégicos y planes de trabajo que surjan a partir de las plataformas tecnológicas y que sean de interés específico para la industria española o en las que España puede aportar unas capacidades de actuación específicas.

Las expectativas sobre las cuales se sustentará la demanda de esfuerzo a la industria española y su compromiso con las plataformas no deben bajo ningún concepto truncarse posteriormente, ya que, como consecuencia, no sólo se habrá dilapidado un esfuerzo importante, sino que sentará las bases de una desconfianza por parte de los sectores industriales hacia las iniciativas que desde la Administración o cualquier otro agente tecnológico se les plantee en el futuro.

Las plataformas tecnológicas pueden ser una primera herramienta para la puesta en marcha de políticas industriales europeas innovadoras con el objetivo de avanzar en la Agenda de Lisboa. Sin embargo, el tejido industrial español, salvando excepciones, puede estar aún muy poco preparado para poder participar y aprovechar activamente esas iniciativas. Iniciativas de política industrial más urgentes y adecuadas pueden ser necesarias en nuestro país para dar los pasos necesarios, sólidos y estables que permitan a nuestra industria converger hacia los niveles que se merece.

Íñigo Segura Díaz de Espada es director general de FEDIT.

Un encuentro de internautas en Bilbao.
Un encuentro de internautas en Bilbao.TXETXU BERRUEZO

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