Scherezade y la pareja narrativa
Aunque Nélida Piñon había culminado en La república de los sueños (1984) las sagas de la pasión, la familia y la migración, que recorren su obra entre fundaciones, desplazamientos y aventuras de rebelión creativa; en Voces del desierto rehace todo el camino y nos sorprende con la más audaz, pasional y libre de sus obras. Esta vez se trata de la fundación del cuento mismo y de su más rebelde heroína, Scherezade. Si en la majestuosa La república de los sueños, el linaje y el viaje abrían el horizonte de la memoria como la abundancia del futuro; en ésta, el prodigio del cuento abre la memoria oral y la prodigalidad de la "pareja narrativa", hecha en la imaginación como deseo y la ficción como verdad. El cuento es matrilineal; el diálogo, subvierte del poder patriarcal; y esa pareja resulta ser la más libre.
VOCES DEL DESIERTO
Nélida Piñon
Traducción de mario merlino
alfaguara. Madrid 2005
320 páginas. 16,50 euros
Tratándose de Nélida Piñon lo primero que se impone es reconocer la hospitalidad de su obra, donde concurren la tradición y la actualidad, sus orígenes gallegos, su horizonte brasileño y su vocación iberoamericana. Esa capacidad de darle intimidad a los extremos, y hacer albergue en el lenguaje, confiere a su narrativa una temperatura más humana. Por eso, ella es también una intelectual ejemplar de estos tiempos, que ya no son de verdad única (América Latina no tendría lugar si la verdad fuese una sola), que son de lectura mutua. Todo es cardinal en el trabajo de esta gran escritora atlántica.
Ésta es una novela sobre la novelización misma: la extraordinaria aventura de Scherezade es el acto de contar cada noche un cuento. Ese relato no hace sino recomenzar, y por ello los hilos se prolongan en la imaginación de la "contadora". El cuento la salva cada noche de la sentencia a morir con que el califa condena a las mujeres que posee. Ella desfallece bajo esa posesión pero su plan ha sido casarse con él para terminar con la matanza, para lo cual su mejor arma es contar historias. Más peligro corre el califa, ganado por el encantamiento del relato. El cuento es un aplazamiento pero también un plazo. Contaminados de incertidumbre, los personajes se hacen más ciertos. Por ello, aquí se trata del principio de narrar debatiendo el fin del poder. Lo fascinante de esta novela sobre el acto de contar es la abundancia de su detalle, esa arborescencia placentera de la sensualidad en el artificio verbal. Si la novela tiene la voz impecable de las sagas legendarias, el suntuoso diseño revela el deleite demorado del barroco y su arabesco nítido.
Uno de los ejes de la novela es el desmontaje del poder patriarcal. El matrimonio propuesto por la contadora es un "sedicioso holocausto", porque siendo un sacrificio es también una rebelión de la mujer contra su negación. Ella empieza rebelándose contra el padre, el visir, y aliada a su hermana, recobra la lección de su ama, quien había sustituido a su madre muerta. Si la palabra lleva vía materna, ese cargo Scherezade lo ejerce contra la violencia de la significación masculina, el falo, que el califa ejercita contra la contadora. Engañado por la sultana con un esclavo, ha matado a ambos iniciando la venganza del decapitador: todos los días debe morir una mujer después de complacerlo. "Su ideal consistía en alcanzar la plenitud orgásmica sin desplazarse en demasía en el interior de la vulva" (página 60). Pero ella resiste negándose al placer, ajena a la violencia que le demanda historias al precio de su vida. En cambio, el poder del falo pierde pulso desde que su califa se ha visto como un extraño, "a quien, a despecho de haberle prestado el falo, no había participado del festín" (página 45). Tanto ella como él ensayan sustitutos eróticos, aunque descubre ella que su novela está poblada de intrigas que se imponen a su lector autoritario, encantado primero y después rendido. Nélida Piñon, no sin ironía, replantea la escena erótica de Las mil y una noches, más allá de su lectura orientalista, en el poder de la enunciación femenina. Las mujeres poseen esa "ahorría", la fascinación del cuento, otra Bagdad. Scherezade encarna ese cuento, es la matriz de ese poder: "Como si en el interior caliente y sofocante de las tripas hubiese un manuscrito que fuese leyendo mientras hablaba" (página 83).
Al final, se trata de un robo, el de la palabra, cuya fuente es el mercado popular, cuyo poder es un Eros feliz, y cuya moral es solidaria. Hasta el califa es restituido: "Sólo teniéndolo como oyente convendría recomenzar el ciclo de las vicisitudes humanas" (página 122). Ella es su mejor cuento: "había nacido con el relato en el corazón" (página 206). Pero una y otra vez inmolada, requiere librarse de su propia historia: debe ahora planear su libertad, hacerse sustituir, salir al desierto. Pero esta voz del desierto es ya la de una pareja narrativa, la de una comunidad de la fábula, convocada para otro relato.
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