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Columna
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Catilinaria del senador

Sospecho que el senador del PP Pedro Agramunt ha querido dar señales de vida y justificar el salario. La cámara alta no es un tajo laboral exigente y, por lo mismo, no propicia fácilmente el protagonismo político o mediático. Siendo como es hoy una especie de cochera prejubilar, sus miembros han de buscarse pretextos y atajos para recordarle a sus paisanos que todavía colean y que se resisten a rotular una calle como un ilustre difunto cuando aún se está en activo, aunque no se sepa bien para qué. A ese propósito ha debido responder el artículo titulado Crispación que nuestro gran hombre publicó en estas páginas el pasado día 24, sin suscitar la menor respuesta de sus acusados -pues era una acusación en toda regla-, tan indiferentes como desdeñosos.

Y eso no nos parece justo. El senador se ha esforzado en pespuntar un pliego de cargos contra el Gobierno de Madrid y contra quienes han cuestionado el que le precedió y ahora dan caña al Consell de la Generalitat. Todos ellos son unos crispadores. "Crispa el partido socialista, crispan sus socios y lo hacen de propósito", escribe el ilustre. Lástima que tal aserto sea el corolario de una sarta de trolas, tópicos y medias verdades declamadas, más que escritas, con acento catilinario. Estamos seguros de que el partido -el suyo, obviamente- le agradecerá este puyazo a los crispadores, culpables de todos los errores o desmanes cometidos, incluidos, por lo que el articulista dice, los de José María Aznar.

No es justo, insistimos, que el senador se quede sin acuse de recibo, aunque haya de conformarse con estas modestas líneas de quien ni siquiera tiene vela en este entierro. ¿O sí la tengo? ¿No me he de sentir implicado cuando acusa de crispar a quienes optan por designar como País Valenciano lo que otros, con menos fundamento -o ninguno-, denominan Comunidad Autónoma? ¿Me habré de contar entre aquellos que "acusan en falso todos los días al gobierno valenciano de corrupciones inventadas"? No recuerdo haber acusado en falso, pero cierto es que, como otros, he señalado con el dedo corrupciones -¿o solo son corruptelas?- del PP valenciano que Agramunt no ignora y que ha de trasegar como sapos.

No es cuestión de enzarzarnos con un recordatorio de imputaciones a tirios y troyanos, digo de socialistas y populares, pero mi respetado -y por otras razones amigo- senador no puede echar en saco roto o en el zurrón de sus adversarios asuntos tan feos como los que han involucrado a los alcaldes de Torrevieja, Orihuela, Alicante y Calpe; las hazañas del inefable Carlos Fabra, en Castellón; el oscurantismo pertinaz del Gobierno valenciano a la hora de facilitar información pretextando que los involucrados son personas jurídicas sin trascendencia pública; la demora escandalosa en el pago a proveedores o el secuestro de Canal Nou en beneficio del partido.

Mi memoria es flaca y la relación de presuntas fechorías no es exhaustiva, pues podría alargarse con un rápido vistazo a la hemeroteca. Al fin y al cabo han transcurrido 10 años desde que el PP tocó madre, la tentación siempre ronda y el famoso código ético anunciado está inédito. El senador no debería ser tan temerario con sus crispantes imputaciones, que se atenúan, como queda dicho, por las necesidades del guión y la no menor necesidad de sentirse vivo. Pues que viva, pero sin endosarle al prójimo los propios muertos, que eso crispa o da risa.

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