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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

País portátil, país que encoge, país normal

Durante años, por no decir siglos, ha sido válida esa máxima según la cual Cataluña es "un país que se encoge cuando viaja". Ese fenómeno lo conocen todos los países y culturas: el ministro todopoderoso deja de serlo cuando cruza las fronteras y no tiene a su servicio una pléyade de funcionarios amedrentados; el poeta excelso del que se aplauden incluso las obviedades pierde mucha de su sublimidad cuando es traducido a otro idioma y, sobre todo, se topa con un contexto que no tiene por qué glosarle incluso los patinazos. Cataluña, por el simple hecho de tener un frente permanentemente abierto con Madrid, no podía permitirse ninguna broma sobre la dimensión de sus "catalanes universales" pero lo cierto es que, exceptuados los que fueron coronados por el mercado de valores internacional -Dalí, Trueta, Casals, Miró y un breve etcétera-, los otros, independientemente de cuál fuera su mérito real, tendían a encoger cuando cruzaban los Pirineos.

La presencia catalana en París tiene las mismas dificultades para existir que la de creadores e industriales que llegan de otras latitudes

Es imposible no pensar en todo esto cuando se descubre la exposición de instrumentos que el Museu del Joguet de Figueres presenta estos días en París en homenaje al músico Pascal Comelade. Los pianos, las guitarras, los timbales, todos los instrumentos expuestos, son pequeños, con menos cuerdas y teclas que los de verdad. En la planta baja de la llamada Maison de la Catalogne en París todos esos juguetes suenan, en directo cuando Comelade los utiliza en un concierto que abarrota el local, y en imagen filmada cuando los vemos y oímos a través de una pantalla. Comelade es un ejemplo. Toca con la mayor seriedad, con un talento y una poesía que le son propios. Sus dedos de gigante se pasean por unas teclas de madera o plástico que quizá no fueron concebidas para otra cosa que para acabar con las vocaciones poco afirmadas de miles de niños. Comelade rescata pianos y guitarras de ese destino sin que nunca dejen de ser juguetes. "Toco con ellos porque están a la altura de mi talento como instrumentista", dice el músico. La frase puede parecer la apoteosis de la modestia, cuando es otra cosa. "Con los instrumentos de juguete desaparecen el espectáculo y el virtuosismo", dos nociones a las que el individualista y solitario Comelade es ajeno. ¿Por qué? Porque se interesa "por lo impalpable", por "profundizar" su relación con la infancia. Por eso su música no gusta a los niños, porque aún no han dejado de serlo y no pueden interrogarse por lo que han perdido.

Si el músico Comelade "tiende un puente entre las nanotecnologías y lo emocional" -la fórmula es de Vicenç Altaió-, el escritor Lluís-Anton Baulenas ha desfilado por el mismo local para presentar la tercera novela que le traducen al francés, un Alfons XIV que, en manos de Flammarion, se ha transformado en Combat de chiens (Baralla de gossos). Para Baulenas, es una sorpresa que la traducción francesa llegue antes que la castellana, pero de eso se trata, de existir literariamente en francés, inglés o ruso sin depender de un paso previo por el castellano, aunque eso no significa que el mercado en español, por múltiples razones, no sea importantísimo. En la librería La Hune, que se esfuerza por mantener el decorado cultural de un barrio de Saint-Germain que se ha vendido a las tiendas de moda, Combat de chiens y las traducciones francesas de El fil d'argent y Amor d'idiota ocupan las vitrinas. "Todo lo relacionado con la Guerra Civil sigue interesando a los lectores franceses", nos dice la librera. Para ella la Guerra Civil y el franquismo son uno y lo mismo, no distingue entre 1939 y 1975. Baulenas sí, claro, entre otras cosas porque vivió el final de la dictadura de niño y adolescente, y la famosa transición ha marcado su juventud. "Sería un error pasar página, no hablar de lo que ocurrió. La palabra ayuda a cicatrizar las heridas, pero hay muchas por cicatrizar", explica el escritor a una nutrida reunión de lectores y curiosos. El embajador José María Ridao tiene a punto la cita adecuada: "Tucídides dice que la política sirve para que el odio no sea eterno". El adjetivo mediocre aplicado a la dictadura no es del agrado de todos los hijos de republicanos exiliados, que quisieran haber luchado contra un gigante y no contra un militar de voz atiplada y talento circunscrito a la represión y a la conservación del poder. Baulenas insiste: "Fue una dictadura de serie B, grotesca y mediocre, sin que eso le impidiera ser sangrienta".

La obra de Baulenas parece viajar bien, como la del poeta Carles Duarte, que dentro de pocos días también se encontrará con los lectores franceses de su Tríptic hebreu. O el chocolate de Oriol Balaguer, que ha visto como sus dulces maravillas eran elegidas para figurar entre los 10 productos estrella que promocionará una gran cadena de supermercados durante las próximas navidades.

Un pintor, el sabadellense Agustí Puig, expone simultáneamente en París y Toulouse; un artista, Jordi Colomer, también inaugurará dos exposiciones en París en el mes de noviembre; en el Instituto Cervantes dedican una semana a la obra del novelista barcelonés Juan Goytisolo, y el músico Jordi Savall presenta Romances y músicas, un disco conmemorativo del 400º aniversario de la publicación del Quijote. Son actividades normalizadas, de un país normal, cuyos creadores e industriales se dan a conocer a un público distinto. A veces les ayudan los poderes públicos, en otros casos esos poderes se limitan a acompañarles, a estar a su lado. Es el país real con su dimensión real, con dificultades para existir en un contexto tan competitivo como el de París, pero más o menos las mismas de los creadores e industriales que vienen de otras latitudes. La Barcelona-Cataluña que evocaba Francis Picabia en sus obras dadaístas, mítica cuando escribe en el retrato de Marie Laurencin que "il n'est pas donné a tout le monde d'aller à Barcelone", provinciana cuando el propio Picabia le dice a su amigo Alfred Stieglitz que "c'est mieux que rien, car vraiment ici, il n'y a rien...", es una ciudad y país que ya no existe. Por fin.

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