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9 D'OCTUBRE
Columna
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'Pataqueta' para todos

Miquel Alberola

Francisco Camps flotaba ayer sobre la nube del vapor que exhalaba su propia euforia. Sólo le faltaban unos querubines con pelucas de estopa y guitarrones colgando en las perneras para alcanzar la plasticidad del Araceli del Misteri d'Elx. Había recibido la noche del miércoles el premio al mejor político del año de la Asociación para la Formación y el Empleo de Madrid, había inaugurado el Palau de les Arts bajo un chaparrón de aplausos muy acústico y se había desayunado con el sondeo del Instituto Opina para EL PAÍS, cuyos resultados le habían dado un gratificante masaje en espalda y cuello con chorritos calientes.

Simplemente, no se sentía las piernas. No sólo le sacaba la pata al PSPV por la ventanilla en el adelantamiento sino que le perdía en el retrovisor la perspectiva a Eduardo Zaplana incluso en su feudo. El presidente acudía a su propio besamanos como ungido con el bálsamo del "Sant Crist que aconhorta" del Te Deum. Ayer, en la recepción oficial del Palau de la Generalitat, era el día y el sitio ideal de pasarle un décimo de lotería de Navidad por el lomo, aprovechando el relajo de sus guardaespaldas ante un insistente remolino de invitados que trataba de tocarlo, pedirle o preguntarle qué había de lo suyo.

Acaso como correspondencia a esa inyección de bienestar general que insuflaba su espíritu, la plaza cerrada de Manises estaba ayer más atiborrada que nunca. El Consell había ensanchado la manga en las invitaciones y había decretado barra libre. Camps estaba tan magnánimo que incluso unas horas antes de que la marabunta, atraída por el olor de la pataqueta de blanco y negro, hubiese tomado el Palau como si fuera la Bastilla, había ofrecido a Zaplana la posibilidad de que pasara a su despacho. Pero Zaplana, envenenado de nostalgia, no tenía ayer el horno para bollos y rechazó de plano la invitación. Volver al que había sido su despacho con la cerviz hincada no entraba en sus planes inmediatos. Entre ambos no sólo se había abierto un abismo insalvable sino que además no soportaba que quien hasta hace poco le traía el café hubiese sacado la reforma del Estatut adelante muy focalizado en la pantalla de España. En solidaridad, tampoco acudió a la recepción ninguno de los consejeros adscritos a su órbita. Ni siquiera lo hizo el habitual Rafael Blasco, aunque sin duda por otros motivos, dando pie a tantas cábalas como apuestas.

Camps flotaba en la vertical de todo eso como si se hubiera convertido en un fenómeno isobárico. Le había entregado la mocadorà a Rita Barberá, que es la loba que lo amamantó, y en su ánimo no había menos azúcar. "¡Impresionante!", estalló. "Cuando me he levantado, he llamado a Nuria [Romeral, su jefa de prensa] para preguntarle cómo estaban los periódicos y cuando me ha dicho lo de la encuesta... ¡Impresionante!", retumbaba en el vestíbulo del Palau, sin que la presión de los invitados le permitiera salir a la plaza de Manises, donde le esperaba un proceloso mar de cardados, peluquines y destellos de chapas de falla en la solapa, incluso una amenazante vela desplegada por Fernando Giner con una interesada estampa imposible de acreditar en la historia.

"¡Es la democracia!", justificaba Esteban González Pons, otro lobo de mar con la barba impregnada del salitre de la Copa del América, ante el apretado paisaje que inundaba la plaza y en su oleaje vaciaba las bandejas del servicio de camareros con tanta voracidad que había que llevar cuidado para que no te mordieran una oreja al pasar. Aunque no era éste el único peligro que deparaba atravesar esta apoteosis de mandíbulas vehementes que consagraban con ese entusiasmo su convicción con el autogobierno. La formidable concentración de perfumes con los que se habían rociado muchos de estos domingueros, bajo el potente foco solar, suponía un serio aviso para la capa de ozono. Pero para dar tranquilidad a la humanidad allí estaban Federico Félix con una sonrisa de piano, defendiendo la inocencia del pollo en el caso de la gripe aviar, Rafael Benavent, con su brillo porcelánico, o Juan Roig, intercambiado avales con Fernando Casado, el director de la Empresa Familiar. Incluso otro Roig, su hermano Paco, que explicaba que le gustaba más hacer negocios que ganar dinero. El arte por el arte, es decir. Quizá por eso mismo Joan Ignasi Pla se fundió con él en un abrazo que hacía presagiar que lo del pacto urbanístico estaba al caer. Y fue una casualidad que pasara por allí cerca Josep Maria Cataluña.

Pla se había hecho un lazo con la sonrisa para camuflar el mal rollo que sin duda le generaba en su interior el atasco electoral del PSPV consignado por el sondeo de Opina. Pero aguantó el tipo ante un Camps que ya no sentía frío ni calor, sacó pecho y se fue directo a leerle la cartilla al director general de Canal 9, Pedro García, por la "manipulación" a que somete a su partido, aunque a él, plim. Pero entonces, la termodinámica de la encuesta ya había elevado a Camps como una cometa hacia el cielo, mientras enunciaba en lo alto: "¡Y el editorial de La Vanguardia ha sido una pica en Flandes!".

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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