El exilio aún existe
"Todo lo que soy se lo debo a México y, como español, tengo una deuda impagable con su pueblo...". Estas palabras del admirado catedrático, filósofo y exiliado Adolfo Sánchez Vázquez, me las he repetido decenas de veces para mis adentros. Pero también las pronuncio a mis alumnos cada vez que inicio un semestre académico.
No sufrí el exilio de la Guerra Civil del maestro Sánchez Vázquez, ni tuve que pasar por las difíciles vicisitudes que soportaron miles de compatriotas tras el ascenso del franquismo después de una cruenta guerra "incivil". Tampoco sufrí la posguerra ni los años del hambre, ni tuve que partir a buscar el pan de mis hijos a los campos de América o a las fábricas de Europa.
Soy, como muchos españoles, hijo del desarrollismo, del baby boom; nací en el año que vieron la luz más españoles que nunca, el año que celebró el franquismo los "25 años de paz". Soy hijo de esa España que empezaba a abrir la boca mientras veía morir al dictador en la cama, que escuchaba la voz doliente de Allende invocando que más temprano que tarde se abrirían de nuevo sus alamedas, que se admiraba por el fútbol de un europeo llamado Cruyff...
Ese muchacho, como muchos, llegó a la Universidad, a estudiar, a formarse, también a luchar por una Universidad más democráti-ca, científica y participativa. Sin embargo, empezaba a vislumbrar cómo los vientos del cambio se volvieron en su contra y contra muchos sin saber por qué. Esa generación del baby boom lo tuvo casi todo: educación, cultura, becas... Estado de bienestar, por fin. El Estado empezaba a volcarse con ellos. Invertía millones de pesetas, hoy son euros, en sacarlos de sus universidades y centros de investigación, para que hicieran sus doctorados, sus posdoctorados, para que se formaran en el extranjero: Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, México... Una inversión que sí ha servido. No ha servido para que volviésemos a recompensar a nuestra tierra con los conocimientos y experiencias aprendidos en el exterior gracias al dinero de los contribuyentes españoles. No ha servido para rejuvenecer los cuerpos académicos de universidades y centros de investigación atorados en el provincialismo rancio y caduco. Los contribuyentes españoles pueden estar tranquilos porque esa inversión sí ha servido. Somos centenares los actuales exiliados académicos españoles que por años seguimos y seguiremos formando a jóvenes en universidades y centros de investigación fuera de España que nos han abierto las puertas de par en par, sin pedirnos nada a cambio, sólo lo que sabemos hacer: enseñar y formar. Como se la abrieron a Sánchez Vázquez, a Gaos, a Altamira, a Xirau, a Zambrano, y a tantos otros que tienen y tenemos una deuda impagable con este pueblo.
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