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Columna
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Pantalla doble

Un fabricante japonés presentó el pasado mes de julio un curioso aparato de televisión, que puede causar una revolución en el hogar similar a la que produjo en la segunda mitad del pasado siglo la extensión, urbi et orbe, de la propia televisión. La compañía Sharp ha desarrollado un monitor plano capaz de mostrar dos programas simultáneamente, visibles en función del ángulo desde el que se observa la pantalla. El invento funciona a partir de la división de la pantalla de cristal líquido en minúsculas columnas. Las impares albergan una imagen y las pares otras. Según el lado en el que se coloque el espectador, verá un programa o el otro. Para evitar la confusión de sonidos, al menos uno de los espectadores deberá utilizar auriculares. La pantalla no sólo mostrará programas de televisión, sino que también permitirá visualizar videojuegos o acceder a páginas de Internet. El ingeniero que ha diseñado tan portentoso artefacto debía de ser un niño en los años sesenta, porque el principio a partir del cual funciona el aparato recuerda unos gadgets de la época, unas pantallitas de plástico, del tamaño de una caja de cerillas, llenas de puntos de colores, que formaban dos imágenes visibles según la inclinación del pequeño artilugio que regalaba una conocida marca de refrescos.

La innovadora pantalla, que saldrá a la venta para Navidades, está llamada a una alta misión. Sus efectos pueden ser sacrosantos. De entrada va a volver a reunir frente al aparato, cuando menos, a dos habitantes de la misma casa. Casi como en los buenos tiempos fundacionales del invento, cuando ante el altar de la televisión se reunía toda la familia comulgando con la cadena única. Sin duda el telemando perderá parte de su valor de cetro. Algunos niños abandonarán un rato sus guaridas porque desde el sofá del salón también podrán seguir con el videojuego, aunque los mayores estén viendo una película.

Es obvio que las mayores virtudes del aparato quedarán demostradas en los hogares formados por una pareja. También allí se verán los efectos más interesantes. No es que los televisores tradicionales propicien mucho la conversación. No. Pero al lado de lo que se nos avecina, producirán asombro nuestras viejas pantallas, ante las cuales los espectadores aún emitimos algún que otro comentario o cuando menos, algún gruñido. La época televisiva que ahora empieza a declinar será recordada con tanto distanciamiento como el que hoy tenemos respecto a las familias anteriores a la existencia del dichoso aparato, cuando, dicen, los individuos se reunían ante el fuego del hogar a contar historias, o se sentaban a las puertas de sus casas para charlar con los vecinos y tomar la fresca.

Con todo, lo más inquietante no es ya lo que pueda pasar con la palabra, enmudecida por los auriculares, sino lo que suceda con el gesto. Desde el lado izquierdo del sofá, uno estará viendo una comedia con la sonrisa en los labios. Desde el lado derecho, el otro mirará el telediario con el ceño fruncido. Cada uno sabrá lo que pasa en su lado de la pantalla. Pero si en algún momento se miran el uno al otro no se verán, porque sus rostros emitirán signos ininteligibles. Si los gestos no se entienden, dejarán de tener sentido e irán perdiendo su función. Entonces, nuestros rostros evolucionarán. Serán unas caras impasibles o por el contrario, llenas de tics. Será la señal de que, definitivamente, hemos perdido la capacidad de asombro.

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