1. El plan secreto de Ariel Sharon
No sé cuántos israelíes me contaron que al primer ministro Ariel Sharon su madre lo arrulló de niño cantándole al oído este estribillo: "Desconfía siempre de los árabes". Y que esa enseñanza materna ha sido hasta ahora la espina dorsal de su política. En cambio, parece haber renunciado a otro precepto que hasta hace poco tiempo guiaba también su conducta pública: la construcción del Gran Israel, un Estado judío de contornos bíblicos que incluiría la Franja de Gaza y los territorios ocupados (a los que él siempre llamó Judea y Samaria). Por eso, fue el gran propulsor de los asentamientos de colonos que se han multiplicado como hongos por Cisjordania, el más encarnizado adversario de los acuerdos de Oslo (1993-1995) entre el Gobierno de Isaac Rabin y la OLP de Arafat y quien más obró para que fracasaran.
¿Qué llevó al Sharon que dirigió la invasión de Líbano de 1982 y provocó la segunda Intifada a desmantelar las colonias de Gaza, lo que le ganó muchos enemigos?
Amos Oz: "Ahora, por primera vez, los judíos y los árabes han terminado por aceptar que en esta tierra habrá dos Estados independientes"
Simón Peres: "Sharon es práctico y realista. Las razones
Shlomo Ben Amí: "Sharon ha renunciado a su sueño del Gran Israel y se resigna a la idea de un Estado palestino, pero será el que imponga a los palestinos"
¿Qué llevó al Ariel Sharon que dirigió la invasión de Líbano de 1982 y que con su célebre paseo por la Explanada de las Mezquitas, de Jerusalén, provocó la segunda Intifada o levantamiento armado de los palestinos, a anunciar, de pronto, que Israel se retiraba de Gaza y cerraba los 21 asentamientos de colonos de allí y otros 4 de Cisjordania? ¿Qué determinó esa mudanza que, de la noche a la mañana, convirtió a Sharon en un "traidor" para un importante sector de la derecha israelí que antaño lo idolatraba y en un inesperado aliado de moderados y pacifistas que hasta ayer lo consideraban su bestia negra?
Se lo he preguntado a decenas de israelíes y palestinos y las respuestas rara vez coincidían. Desde que fue una iniciativa para cancelar la investigación judicial que tenía abierta por tráficos de influencia y de corrupción -"¿Cómo se atrevería ahora el Fiscal general a enjuiciar como corrupto a un estadista al que el mundo entero aplaude y al que apoyan dos tercios de los israelíes?"- hasta una manera de conjurar las expectativas que despertaron en la opinión pública internacional los Acuerdos de Ginebra firmados hace un par de años por un prestigioso grupo de palestinos e israelíes encabezado por los ex ministros Yossi Beilin y Yasir Abed Rabbo (ambos tuvieron un papel importante en las negociaciones del año 2000 en Camp David y en el balneario egipcio de Taba en 2001).
Práctico y realista
"Sharon es un hombre práctico y realista", me dice su antiguo adversario y ahora aliado y vice primer ministro de Israel, el líder del Partido Laborista Simón Peres. "Las razones no importan. Importa que lo haya hecho. Es un paso hacia la paz y por eso lo apoyo. Dentro de un tiempo, habrá negociaciones para una solución global y definitiva con los palestinos". Con sus 82 años magníficamente llevados, y los sesenta de vida política, Simón Peres es ya más que un hombre público: una reliquia, un mito, el último de los grandes pioneros sionistas que se mantiene en el primer plano de la actualidad. Es un hombre fino, amable y con buenas lecturas con quien, hace diez años, nos pasamos un par de horas en una terraza de Jerusalén hablando de Flaubert. Cuando le digo que he oído a algunos de sus compañeros de partido criticarlo con severidad por su alianza con Sharon, algo que, creen ellos, puede destruir al laborismo y dejar la vida política de Israel convertida en un monopolio de la derecha, su respuesta es tajante: "La paz es más importante que el Partido Laborista". Si no tuviera la seguridad absoluta de que se ha abierto una nueva perspectiva de paz "seria", no estaría en el gobierno. Cuando le pregunto si ese acuerdo israelí palestino en el que tiene tanta fe se sustentará más o menos en los lineamientos que figuran en los Acuerdos de Ginebra de octubre de 2003, se ríe: "Ese documento es poesía. La paz con los palestinos tiene que ser escrita en prosa". Desde su despacho se divisan los rascacielos que han brotado por doquier en Tel Aviv, ciudad emblema del enorme progreso económico del país. "Sí, Israel ha prosperado mucho", reconoce, sin alegría. "Pero las desigualdades y los contrastes entre ricos y pobres son ahora enormes".
Su optimismo sobre la iniciativa de Sharon es compartida en Israel, sobre todo, por la gente de izquierda, de partido o independientes, y por escritores e intelectuales que han dedicado buena parte de su vida a luchar por la paz, como David Grossman y Amos Oz. Con el primero conversé en un café de Jerusalén que, años atrás, fue víctima de un atentado terrorista que lo destruyó. Entonces, se llamaba Momentum. Ahora, reconstruido, ha sido rebautizado Restobar y está repleto de gente joven. Es uno de los pocos sitios de Jerusalén donde la presencia de los religiosos -que yo no recordaba tan abrumadora- brilla por su ausencia. "Ha sido algo inesperado, de alguien que jamás nos hubiéramos imaginado", dice Grossman. "Pero es una iniciativa que va en la buena dirección y hay que apoyarla. Ha ocurrido en un periodo en el que las perspectivas parecían negras para la paz".
Y Amos Oz, a quien conocí treinta años atrás, cuando era todavía un kibutznik del kibutz Julda, donde trabajaba medio día con sus manos y el otro medio día escribía novelas, me explica: "Esto es el surrealismo israelí. Sharon, de quien decíamos 'Si alguna vez sube al poder, habrá que huir de Israel', es por el momento la esperanza para la solución del conflicto. Los pacifistas no tenemos más remedio que defenderlo de sus compañeros del Likud, que son capaces de reemplazarlo como jefe del partido por Benjamín Netanyahu, que lo acusa de haberse pasado al enemigo. Quién hubiera imaginado nunca que la lucha por la paz con los palestinos pasaría en algún momento por Ariel Sharon".
Premio Goethe
Conversamos en su departamento luminoso y repleto de libros en varios idiomas, de las afueras de Tel Aviv, donde pasa parte del año; los otros meses vive en el desierto, no lejos de Beersheva, en cuya universidad da clases desde hace varios años y donde se aísla para escribir, escabulléndose de las servidumbres del éxito (Acaba de recibir el Premio Goethe, en Alemania). Él también cree que, a partir de la evacuación de Gaza, hay un movimiento en marcha que puede conducir a un acuerdo con los palestinos. "Ahora, por primera vez, los judíos y los árabes han terminado por aceptar la idea de que en esta tierra habrá dos Estados independientes. Puede ser que a muchos no les guste la idea, que la admitan con amargura y tristeza. Pero todos han comprendido que no hay otro remedio. Ése es un gran paso hacia un acuerdo que, tarde o temprano, será realidad. Habrá un Estado israelí y otro palestino. No sé por qué Sharon lanzó esa iniciativa. Lo que cuenta es que ha abierto un proceso. Hay que mantenerlo vivo y no dejar que se vuelva a detener".
Amos Oz es uno de los escritores de nuestro tiempo comprometidos, en la acepción que dio al término Jean Paul Sartre, en los años cincuenta: un escritor para el que escribir es, al mismo tiempo que un empeño artístico, una responsabilidad cívica y moral. Sus ensayos y sus novelas reflejan la problemática israelí y son a menudo severos requisitorios contra los abusos y los crímenes causados por la ocupación de Gaza y los territorios ocupados, así como una permanente defensa del carácter laico del Estado de Israel para que conserve su naturaleza democrática, en contra de los extremistas ultra ortodoxos que quisieran imprimirle un sesgo religioso. "Los religiosos nacionalistas instalados en los asentamientos de Cisjordania que sueñan con el Gran Israel son peligrosísimos", afirma. Amos Oz sigue siendo sionista y ve con escepticismo la postura de los israelíes que, como la periodista Amira Hass o el historiador Ilan Pape, piensan que en la idea sionista -un Estado sólo para los judíos- está la raíz de los problemas, la fuente de la xenofobia, el racismo y el nacionalismo que son obstáculos insuperables para un acuerdo, y defienden un Estado laico y binacional para palestinos e israelíes. "Tal vez, muy lejos, allá en el futuro. En lo inmediato, es una utopía. Me hicieron esa pregunta una vez, en Oslo. Yo, a mi vez, les pregunté: '¿por qué Noruega y Suecia que tienen tantas cosas en común no forman un solo país? ¿Para qué dos?' Y entre esos dos países no hay ni sombra del contencioso de violencia, sangre, odio y resentimiento que marcan el conflicto palestino israelí. Por ahora, luchemos por el reconocimiento de un Estado palestino por parte de Israel. Eso es lo realista. Después, ya se verá".
Todas las estadísticas dicen que la evacuación de Gaza y de los cuatro asentamientos de Cisjordania cuenta con el apoyo mayoritario de los israelíes. Pero en las dos semanas que yo pasé allá vi millares de cintas color naranja prendidas de los automóviles, manifestando la solidaridad con los colonos, y muy pocas de color azul, el color de quienes apoyaban la evacuación. Esto no quiere decir que las estadísticas mientan sino, probablemente, que los colonos y sus partidarios, toda la extrema derecha israelí, es mucho más militante que el sector moderado y que sentirse "traicionados" por el líder del Likud al que llevaron con sus votos al poder los ha puesto bravos, como a un toro de lidia las banderillas y la pica.
También entre los palestinos encontré a algunos dirigentes políticos esperanzados con que la evacuación de Gaza culmine en un acuerdo integral. Nabil Amr, ex ministro de Información de la Autoridad Palestina, y severo crítico de Arafat a quien los miembros de las Brigadas de Al Aqsa, una facción de Al Fatah, intentaron matar, me dice, en su elegante casa de las afueras de Ramalla donde vive protegido por una coraza de guardaespaldas: "Es un desarrollo muy positivo. Es la primera vez que Israel hace algo semejante. Debemos aprovechar esta oportunidad. El factor decisivo, a mi juicio, ha sido el presidente Bush, quien ahora debe seguir presionando a Sharon. Las condiciones son mejores que en el pasado para una negociación. La Autoridad Palestina hace esfuerzos para disminuir la corrupción que proliferó bajo el dominio de Arafat. De este modo recuperaremos el prestigio perdido. La gente no va a Hamás por razones religiosas, sino por desesperación, por falta de trabajo, por hambre, por la claustrofobia que le producen la ocupación y los asentamientos. No queremos un Estado islamista. En la actualidad, somos el país más libre de todo el mundo árabe. El Estado Palestino será una democracia secular y pluralista".
Nacionalismo laico
Pero otros, como la diputada Hanan Ashraui, el doctor Haidar Abdel Shafi, padre del nacionalismo palestino laico, y Yaser Abed Rabbo, no creen que Ariel Sharon tenga la menor intención de completar la evacuación de Gaza con una negociación más o menos inmediata. La iniciativa del primer ministro israelí les parece una manera de ganar tiempo, por razones de política interna, o una maniobra de distracción para reforzar la ocupación de Cisjordania. El carismático doctor Mustafá Barghouti, secretario general de la Iniciativa Nacional Palestina, o Al Mubadara, un partido político del que fue también fundador Edward Said, cree que lo de Gaza es "una mera concesión táctica de Sharon. Ni siquiera es una verdadera retirada de la Franja, pues Israel mantiene el control de las fronteras terrestres, del espacio aéreo, del espacio marítimo, y de las fuentes de agua, de modo que puede seguir asfixiando a la población, impidiéndole trabajar, exportar, conectarse con los territorios palestinos de Cisjordania, y, si lo quiere, matarla de sed".
"Por otra parte", añade, "qué estupenda operación de relaciones públicas ante el mundo entero. Esos colonos desgarrados de la pena por tener que salir de sus lindas casas y floreados jardines, llorando y rezando abrazados a los soldados israelíes, que también lloraban y rezaban. ¡Qué espectáculo conmovedor! Y, ahora, resulta que Ariel Sharon se volvió un pacifista, un gobernante valeroso que se enfrentó a los fanáticos de su país y se ganó la admiración del mundo entero. ¡Qué pantomima!".
¿Quién tiene razón? ¿Es la evacuación de Gaza el principio del fin de la ocupación israelí de los territorios que conquistó en 1967, en la guerra de los seis días, o, gracias a ella Sharon reforzará su dominio colonial de Cisjordania, retrasando hasta las calendas griegas una negociación en la que nunca creyó porque desde la cuna le enseñaron que no se puede confiar en los árabes?
Quien me parece acercarse más a la posible verdad es Shlomo Ben Amí, que fue ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno de Ehud Barak. Estuvo en las negociaciones de Camp David y Taba, y se apartó del partido laborista cuando éste se alió a Sharon. Siempre fue un hombre de paz y es, además, una de las cabezas más lúcidas a la hora de analizar las perspectivas después de la evacuación de Gaza. No cree que a este hecho seguirá una negociación porque, dice, ni Sharon ni la opinión pública en Israel están a favor de ella. Por el contrario, una mayoría de israelíes piensa ahora, a diferencia de lo que pensaron cuando Oslo y cuando las negociaciones de Camp David, donde Arafat rechazó la oferta más amplia que hizo nunca Israel -devolver 97% de los territorios ocupados y compartir la administración de Jerusalén donde podría funcionar la capital del Estado palestino- que la solución definitiva del conflicto vendrá a través de decisiones unilaterales de Israel, como en Gaza. "Sharon ha renunciado a su sueño del Gran Israel y se resigna a la idea de un Estado palestino. Pero no será un Estado negociado. Será un Estado que imponga él a los palestinos, en unas condiciones tales que ese Estado no presente el menor riesgo para la seguridad de Israel, y sea un Estado inoperante, para no decir imposible".
Conversamos en un restaurante del viejo Tel Aviv, llamado Carmella, en una casa de 1927, llena de columnas, una arquitectura que, dice Shlomo Ben Ami, "podría definirse como una transacción entre las nostalgias polacas de los sionistas de principios del siglo XX y el espíritu mediterráneo". Estudió historia en Oxford y habla un español impecable, que aprendió de niño, en Tánger, donde nació. Lo que me dijo aquella noche me acompañó durante todo mi viaje. Ahora estoy convencido de que sus sospechas son justas.
Presión internacional
La presión internacional, los atentados terroristas de los suicidas que han causado un millar de muertos en Israel durante la segunda intifada, la paranoia y el hastío que todo esto ha generado en Israel, y quizás, también, necesidades de supervivencia política, han llevado a Sharon a desprenderse de Gaza, un territorio donde 8,500 colonos rodeados de un millón trescientos mil palestinos creaban cada vez más dificultades a Israel para garantizarles la seguridad. Pero, la devolución de Gaza no es lo que parece. A menos que se complete con una apertura de fronteras, una intensa actividad económica y un intercambio constante con Cisjordania, seguirá significando para los habitantes desempleo, hambre, frustración y violencia. Difícilmente podrá poner orden la Autoridad Palestina en un territorio donde las condiciones de vida empujan a muchos habitantes de las ratoneras que son los campos de refugiados en brazos del extremismo de Hamás. Por otra parte, si, en una etapa más o menos próxima, no queda otro remedio a Israel que reconocer el Estado palestino, con la construcción del muro de protección y los asentamientos que cuadrillan los territorios y se apropian de buena parte del terreno que correspondería a Palestina, el Estado que resulte será poco menos que un mero simulacro. ¿Lo aceptarán los palestinos? En una negociación, no. Pero acaso lo acepten si Sharon se los inflige, como en Gaza. Se habrán guardado las formas y la opinión pública internacional reconocerá el sacrificio que hace Israel en aras de la paz.
¿Es éste el plan secreto de Sharon? Si lo es, muchos factores podrían frustrarlo. Y, el más terrible de todos, el terrorismo de los suicidas.
© Mario Vargas Llosa, 2005. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PAÍS, SL, 2005.
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