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Columna
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Alambrada

Miquel Alberola

Los inmigrantes que acuden hasta Ceuta o Melilla para saltar la alambrada fronteriza y alcanzar los pastos de Europa siguen el mismo instinto y estrategia que los rebaños de ñus, cuando cruzan al galope el río Mara, en el Serengeti (Tanzania), donde les están esperando los cocodrilos con las mandíbulas abiertas en tijera. Algunos de ellos serán despedazados y devorados en ese río de color chocolate, pero la mayoría conseguirán cruzarlo y podrán seguir su ruta hacia los verdes prados, que están más allá de la orilla. Es el peaje que debe pagar la especie para no extinguirse y la especie lo asume. En eso la humanidad no ha inventado nada nuevo. El hambre espolea el ébano de Ryszard Kapuscinski con la misma furia animal que todos los años arranca desde el cráter de Ngorongoro, recorre las llanuras del Serengeti y cruza el río Mara para arrasar los pastos Masai. Y nunca se ha detenido, aunque se doble la presencia de cocodrilos y se intensifique el séquito de depredadores que vive a su costa en todo ese recorrido. Tampoco logrará contener la valla de seis metros con pinchos de concertina, ni los cartuchos de postas, la estampida de inmigrantes que huye de la miseria y que nada tiene que perder. En apenas unos siglos su escenario ha cambiado radicalmente. La historia de la trata de esclavos apresados en los poblados mandinga y trasladados como ganado hacia el Nuevo Mundo, que inspiró a Alex Haley su personaje Kunta Kinteh, horrorizó a la parte más sensible de la humanidad y creó una causa que todavía enorgullece y cabrea a muchos afroamericanos. Sin embargo, hoy los habitantes de toda África central pagarían para que los negreros los cazaran como animales en medio de la selva, los metieran en los calabozos de James Island, en Gambia, y luego se los llevaran encadenados y hacinados en barcos a América o Europa para poder trabajar como esclavos y mantener a sus familias. Esa perspectiva ha convertido a Malcolm X en chatarra, pero ha reactualizado la esclavitud en los pastos de Europa, donde algunos desaprensivos han visto una oportunidad para levantar para esa avalancha de negros otras alambradas que las conquistas sociales ya habían derribado.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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