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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Blair no da pistas

Tony Blair ha hablado de muchas cosas en Brighton a sus correligionarios en la conferencia anual laborista, pero ha dejado en blanco la que todos ellos, y por extensión los británicos, quieren conocer: cuándo va a abandonar la jefatura del Gobierno, algo que ha prometido hacer antes de las elecciones previstas para 2009. Por si acaso, su ministro de Finanzas, Gordon Brown, que concita el acuerdo de Gobierno y partido como heredero del cetro socialdemócrata, dirigió el lunes a la asamblea un discurso de claro tinte sucesorio.

El primer ministro británico es visto progresivamente por encima y más allá del partido, tras haber transformado decisivamente la fortuna electoral del laborismo. La estatura política de Blair, afianzada por su tercera y tristona victoria consecutiva, se acrecentó espectacularmente cuando decidió reinventarse a sí mismo y asumir -tras la voladura constitucional de Francia y Holanda- el papel de salvador de Europa, aunque desde entonces la presidencia británica de la UE atraviese un periodo de grisura. Su equilibrada respuesta a los atentados de Londres y la inesperada designación de la ciudad como sede de los Juegos Olímpicos han hecho el resto. Su lado planetario y compasivo quedó sobradamente cubierto con sus propuestas al G-8 para hacer más llevadera la vida a los desposeídos.

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Blair parece haber sucumbido a su apoteosis y nada hay en su mensaje que sugiera una próxima retirada. Ha tocado en tono generalista casi todas las teclas rituales -aceleración de las reformas económicas y sociales, cambios en sanidad, educación, seguridad ciudadana, etcétera- e insinuado anuncios políticos de envergadura el año próximo para revitalizar a un partido que, en la tónica europea, pierde imparablemente militantes.

Los próximos meses serán importantes, mientras Londres mantiene todavía la presidencia de la UE y el G-8. Los acontecimientos de Irak determinarán en buena medida si Blair acaba su mandato sin verse otra vez atenazado por el dogal de su decisión más impopular al frente del Gobierno. Hay nubarrones económicos y políticos sobre la relativa placidez actual británica, y el primer ministro quiere ver su obra culminada en una cuarta etapa laborista. Probablemente ayudaría a conseguir ese objetivo alguna precisión de Blair sobre la entrega del testigo.

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