El pintor que dibujó la paz
La obra del jiennense Antonio Begíjar sirve como proyecto educativo y puente entre culturas
La pintura puede ser un buen instrumento para fomentar la paz y un puente para acercar culturas. Así lo ha entendido el Instituto de Secundaria Veracruz de Begíjar (Jaén), que ha utilizado la obra de su paisano más universal, el pintor Antonio Begíjar, como epicentro de unos talleres sobre la cultura de la paz. Antonio Begíjar, que falleció hace tres años en Melilla, fue conocido fundamentalmente como el pintor de los gitanos, además de ser considerado uno de los principales retratistas del pasado siglo. Su desaparición se produjo en medio del silencio artístico e institucional, que tuvo mucho que ver con la vida bohemia y solitaria de este artista que encontró su principal motivo de inspiración en su musa, la linarense Natalia Castro, el rostro de los billetes antiguos de 100 pesetas.
Aunque su fama se la ganó como retratista, la obra de Antonio Begíjar fue también un referente en el debate de las culturas y la paz. El mundo gitano, los derechos de la infancia, la inmigración, el pacifismo, el respeto al medio ambiente y la exclusión social fueron temas que destacaron en su producción pictórica, diseminada principalmente en colecciones particulares. "Desde su parcela personal mostró una capacidad de apertura y comunicación con la diversidad. Para él las diferencias no eran un obstáculo, sino un punto de atracción y aprendizaje; llevó el arte a todas las clases sociales y lo popularizó", asegura Pedro Molina, profesor de Historia del Arte y autor de los cuadernos pedagógicos editados sobre la vida y la obra de Antonio Begíjar.
Los llamados Cuadernos del Patrimonio, que forman parte del proyecto Escuela, espacio de paz que promueve la Consejería de Educación, proponen a los alumnos del Instituto de Begíjar la creación de grupos de teatro, talleres de dibujo y pintura, itinerarios culturales por la localidad para conocer los lugares relacionados con la vida y obra de Antonio Begíjar y otros actos culturales y educativos. Estas actividades, que se iniciaron el curso pasado, se han completado en los últimos días con una exposición de imágenes y documentos del pintor begijeño.
En esa exposición se ha podido contemplar la serenidad y el pacifismo que transmite su cuadro Paloma de Sevilla; la atracción que le produjo el pueblo gitano, como se evidenció en El vendedor y el terral; la denuncia pacífica que el pintor realizó sobre la explotación, esclavitud y falta de derechos de los menores, que quedó plasmada en el óleo Limpiabotas marroquino; o el respeto y sensibilidad que Begíjar tenía hacia la naturaleza y el medio ambiente, y quedó reflejado en su cuadro No a la caza.
Antonio Begíjar murió en medio de un clamoroso olvido institucional. Fue a partir de entonces cuando se empezó a reconocer la obra de este artista singular. En diciembre de 2003, la Junta de Andalucía le concedió a título póstumo la mención especial del séptimo Premio Andaluz Gitano reconociendo así su labor personal y artística a favor de la interculturalidad y la dignificación del pueblo gitano. Un año después, Begíjar fue nombrado, también a título póstumo, hijo predilecto de su pueblo de donde adoptó su apellido artístico. Homenajes tardíos, pero justos.
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