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Columna
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Fama y lana

Los precedentes son abundantes y preclaros. Lope de Vega confiesa que es preciso hablar en necio, el idioma del vulgo, para ser entendido, y Larra, el pobrecito periodista, dijo de que escribir, en España, era llorar. Hoy las cosas son muy otras, pero, como cuanto atañe a nuestro género, siempre las mismas, iguales perros con idénticos collares. Dudo que haya otra profesión o actividad que desarrolle en mayor medida la penosa y mal remunerada tarea de escribir y publicar. Antes o después, en un momento determinado, hombres, mujeres y homosexuales tienen, han tenido o se proponen redactar un libro, sea novela, ensayo, drama o memorias. Dato conocido y divulgado es que en este país se publican al año, 65.000 ó 70.000 libros, incluyendo reediciones de clásicos. Estimando una misérrima tirada media de 2.000 ejemplares por título, salvo error propio al utilizar una calculadora, supone una afluencia en el mercado de 130 millones de volúmenes cada temporada. Ignoro cuántas librerías, almacenes y supermercados se dedican a esto, pero sería instructivo que el organismo que lo supervisa extrajera las pertinentes deducciones culturales y económicas.

Visitando cualquier punto de venta de cierta importancia observamos que es muy reducida la nómina de obras y autores que ocupan los escaparates, las mesas y las estanterías, y que multitud de creaciones, literarias o científicas, ni siquiera son admitidas, por la simple y evidente razón del espacio físico. A lo más que puede aspirar un desdichado autor es a figurar, durante cuatro o seis días, en el lugar de las "novedades". Si la exigua demanda -como parece normal- es de cinco ejemplares, y en el caso de agotarse el primer día se da la insólita e improbable circunstancia de que haya lectores exigentes, pedirán una nueva remesa, de tres o cuatro unidades, que significa un periodo de dos o tres semanas de papeleo. La venta de libros se ha convertido, o ha seguido siendo, un comercio normal, donde en lugar de zapatos o salchichones hay talento y sudor de buena, media o mala calidad, encuadernado. He pensado, al leer los últimos capítulos del Quijote, que Cervantes hace viajar a su personaje hasta Barcelona sólo para darle coba a los libreros de la Ciudad Condal y que se ocuparan de su fecunda producción.

¿Qué textos se venden, cuál es la fórmula, por qué algunos se convierten en best sellers? Comprendemos el éxito de una escritora como Corín Tellado, porque ha escrito para el gusto de muchísima gente y sus libros se han ofrecido a precio muy asequible. Pero, ¿cómo entender, con el respeto posible, que relatos infumables como El código da Vinci o las aventuras, tan extrañas a los hábitos y formación de nuestros niños, como Harry Potter consuman ediciones millonarias? Pues por la misteriosa y depurada técnica del mercado, manejado, al parecer, por personas ajenas a la sensibilidad literaria, mediante oscuros cálculos, muy parecidos a los que condicionan, por ejemplo, la venta de juguetes: si un cachivache, ni mejor ni más original, divertido o instructivo que otro, encabeza la lista de los mejor aceptados es merced al apoyo de una sutil, o no sutil, campaña en radio y televisión. Los comerciantes contratan muchos pedidos en función de la intensidad y frecuencia de las apariciones televisivas.

Si un editor quiere colocar sus productos y tiene la capacidad económica suficiente para publicitarlos, con absoluta independencia de su calidad intrínseca, logrará imponerlos. Las críticas, favorables o adversas, influyen relativamente poco, pues, dada la torrencial afluencia de obras, no hay páginas bastantes en diarios y revistas para ocuparse de todas, ni en el momento más oportuno, que es el inicial. El éxito acompaña a los autores famosos y se llega a la fama teniendo éxito, en el campo que fuere. En esa alucinante pescadilla, en ese endiablado carrusel naufragan escritos, verdaderamente valiosos, anegados, hundidos, pulverizados por la caudalosa avalancha que les precede y sigue. En México llaman coloquialmente "lana" al dinero. Para que la fama llegue a él, los obstáculos y vericuetos son infinitos e imprevisibles. Si alguien persevera -y toda persona que pretenda editar un libro, si lo desea con interés y tiene dinero para autoeditarse, acaba consiguiéndolo- procure hacerse célebre y conocido, por cualquier medio. Alcanzada la fama, la lana viene sola; ni siquiera es indispensable saber escribir o tener algo que contar, planteado en términos generales.

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