Valverde lanza, Boonen remata
El español, medalla de plata, es superado en los últimos metros por el gigante belga con aires de estrella del rock
La tormenta rompió inesperada, insólita. Gotas gordas, enormes, chocaban contra el asfalto, levantaban un suave siseo, borraban toda huella del paso de los ciclistas dos horas antes. Como si en el madrileño paseo de la Castellana, recuperado por los coches, contaminantes, ruidosos, apresurados, nunca se hubiera disputado un Mundial de ciclismo; como si allí, frente al estadio Bernabéu, no se hubiera asistido a la consagración del mesías belga, Tom Boonen, guapo, sonriente, gigante, moderno, cuidadosamente despeinado, poderosamente configurado, aires de rock'n'roll star en sus poses; como si allí, entre plátanos agitados por la brisa, cuando aún caía un sol de plomo, no hubiera Alejando Valverde, atronado por el grito de triunfo de Boonen, mostrado una vez más su sonrisa, sus piernas increíbles, su instinto ganador, su ansia..., las virtudes que le convierten en la figura más popular de los ciclistas españoles de ahora, aunque no le valieran para ganar. Como si un francés desconocido, y también joven; un normando de la cantera de Bernaudeau llamado Anthony Geslin no hubiera cerrado un podio con tres nacidos en 1980, pertenecientes a tres de las grandes potencias tradicionales, anunciantes, quieren creer los optimistas, de tiempos mejores.
Pasada la tormenta, cesadas las gotas tan repentinamente como habían empezado, borradas las huellas, ambientada la escena con la música de réquiem que llegaba desde el pabellón italiano, la memoria recuperó sus derechos. Se impuso en el paisaje el recuerdo de una carrera larga y rápida, dos tercios tediosa, un sexto palpitante, un sexto eléctrica por los largos repechos de la carretera de la Playa, en la que los españoles, sin Óscar Freire, se sintieron protagonistas, ganadores, y terminaron a medias en ambos conceptos.
Fue cuando Eusebio Unzue, el director de Valverde en el equipo Illes Balears, se subió al coche del seleccionador, Paco Antequera; cuando, así estaba previsto, los españoles empezaron a abrir gas, a dar brío a la carrera. "Había que acelerar en los repechos, entre los árboles de la Dehesa de la Villa, entre los chalets más tarde; había que subirlos rápido para empezar a medir a los italianos, a desgastar a todos, a crearle las condiciones a Valverde", explicó Unzue, quien había comenzado con un doble "mecachis". "Es que Valverde es muy impaciente. No tenía que haberse metido en aquel corte".
Lo contaba Unzue porque dos vueltas más tarde de las aceleraciones de David Blanco y Tino Zaballa, emocionados los españoles por lo que creían un monte de orégano, Pereiro, el espectacular -una tirita japonesa en la rodilla como recuerdo de una caída sufrida antes de empezar la carrera-, Perdiguero, el nervioso -comiéndose las uñas desde antes de salir- y Valverde, el impaciente -con ganas de sprintar en todas las pancartas-, se infiltraron en una fuga de diez en la que viajaba nada más y nada menos que Paolo Bettini, el del dorado casco, el campeón olímpico. Bettini cree a pies juntillas en la teoría del caos. Cree, como Vicente Belda, que del caos ha nacido el orden, ha surgido la vida. Bettini se fugó en la vuelta 11ª de las 13. Con él se fueron seis más, aparte de los tres españoles, y muchos creyeron durante una hora, durante exactamente dos vueltas, 42 kilómetros, que el ganador saldría de ese grupo. Lo único que salió de aquella aventura, sin embargo, fueron los derrotados; fue Petacchi, el compañero de Bettini, que veía que el circuito que creía tan sencillo para sus facultades comenzaba a hacerse excesivamente duro; fue Valverde, que tardó tiempo en darse cuenta de que aquello no conduciría a nada y, pese a ello, siguió, generoso, pedaleando.
A Valverde le costó recuperarse del esfuerzo de dos vueltas en vanguardia y por eso, cuando los dinamiteros, cuando el increíble Vinokúrov, cuando el jovial Boogerd, cuando el incansable Bettini, en los últimos repechos, en las últimas rectas, intentaron evitar lo inevitable, Valverde, al que no le habría ido mal haber estado por ellos, recuperaba el aliento junto a Petacchi. Felizmente, se dio cuenta de que el italiano no iba a llegar muy lejos, aceleró lo justo y encontró a Zaballa, infinito, a quien encomendó un último esfuerzo. En la última curva, su grupo ya estaba encima de los románticos; a 500 metros, enlazaron cuando Vinokúrov y compañía dudaban, y a 300 Valverde arrancó fuerte, como si aquello fuera Courchevel, el escenario de su gran victoria del Tour, en vez de un paseo urbano al 3%; como si detrás de él estuviera otro Armstrong, otro ciclista lento para su velocidad, en vez de Boonen, la estrella del siglo XXI, que ayer unió a la Vuelta a Flandes y la París-Roubaix un maillot arcoiris que Bélgica esperaba desde 1996, desde Museeuw en Lugano.
Clasificación: 1. T. Boonen (BEL), 6h 26m 10s. 2. A. Valverde, mismo tiempo. 3. A. Geslin (FRA), m. t. 4. M. Ljungovist (SUE), m. t. 5. M. Fischer (BRA), m. t. 13. P. Bettini (ITA), m. t. 16. C. Zaballa, m. t. 21. A. Vinokúrov (KAZ), m. t. 22. M. Serrano, m. t. 24. D. Menchov (RUS), a 10s.
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