_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Burguesía

En Cádiz nunca ha habido aristocracia. Quizás se deba a que jamás estuvo interesada por las tierras andaluzas sino por los mares atlánticos. El hecho es que Cádiz no sabe de títulos nobiliarios, de maestrantes y de cortijos. Su clase alta ha sido siempre burguesa. La gente que ocupaba el nivel económico más elevado en la sociedad lo era fruto de sus actividades comerciales, no por haber heredado fincas. Esta burguesía comercial tuvo su apogeo en los siglos XVIII y XIX, gracias a los barcos que unían Europa con América. Los más rancios apellidos gaditanos son de origen italiano y las empresas de mayor tradición en la ciudad fueron las navieras, sobre todo la Transatlántica y la Pinillos. Las casas señoriales se construyeron como almacén con una torre para vigilar el arribo de los barcos. Esta febril actividad comercial tuvo su decadencia a lo largo del siglo XX mientras se desarrollaban otras formas de transporte. Pero se mantuvo la existencia de grandes familias que habían atesorado importantes legados a través de generaciones. De hecho, la ciudad siempre tuvo importantes anticuarios que tenían que cerrar o asociarse para mitigar pérdidas en las visitas de rapiña realizadas por Carmen Polo de Franco. Algunas de las herencias de estas familias burguesas terminaron a la venta de manera más o menos legal. En los años 80 se quiso formar un museo romántico en el Palacio de los Cuesta y con el legado de Benito Cuesta, a cuya muerte sus sobrinos dilapidaron los maravillosos enseres que atesoraba. Otro tanto ha ocurrido con los herederos de La Bella Escondida, la magnífica Torre Mirador. Sigue el proceso por el cual se venden y salen de la ciudad los objetos de uso doméstico y de decoración que tuvieron las familias burguesas. Si alguien no lo remedia ocurrirá con la familia Aramburu y está ocurriendo ahora con la familia Martínez de Pinillos, cuya última heredera quiso repartir al morir su herencia entre sobrinos y una fundación pública, pero las desavenencias han terminado con algunos de los beneficiarios en comisaría por haber entrado en el palacio familiar de la Plaza Mina para llevarse aquello que estimaban les correspondía. Como alguien no tome cartas en el asunto, la sangría seguirá y Cádiz perderá la memoria de la burguesía comercial que hizo famosa a la ciudad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_