La última generación de Solidaridad
Los protagonistas de la lucha por la libertad de Polonia se disponen a regresar al Gobierno en medio de la crisis
La verja de la entrada a los astilleros de Gdansk parece anclada en los años ochenta: una fotografía de Juan Pablo II, otra de la Virgen negra de Czestochowa y una pancarta con 21 demandas firmadas por el Comité de Defensa de los Astilleros. Pero las reivindicaciones ya no exigen libertad, como cuando la Solidaridad de Lech Walesa retaba al totalitarismo. Ahora, los trabajadores han actualizado las 21 demandas en su lucha por paliar los daños de una reconversión que en 15 años se ha tragado 12.000 de los 16.000 puestos de trabajo.
Pese a todos los sinsabores, Gdansk, ciudad portuaria a orillas del Báltico, cuna del movimiento que llevó la libertad a Polonia, mantiene la esperanza. "Pese a todo, ha valido la pena", dice Janusz Sniadek, secretario general del sindicato Solidaridad y ex trabajador de los astilleros.
"Solidaridad va a centrarse en la actividad sindical y no en hacer política"
Sniadek tiene 50 años, luce el mismo bigote que Lech Walesa y conoce bien a los líderes de los dos partidos de centro-derecha que pugnan por dirigir el nuevo Gobierno tras las elecciones de mañana. Tanto Donald Tusk, de 48 años, líder de la Plataforma Cívica (PO), como Lech Kaczynski, de 56, candidato de Ley y Justicia (PiS), se formaron en la lucha de Solidaridad y ambos mantienen casa en Sopot, el enclave turístico pegado a Gdansk, 330 kilómetros al noroeste de Varsovia. Las viviendas de ambos, la de Walesa y la del bregado sindicalista, están todas a menos de 30 minutos en coche.
Las elecciones de mañana representan una oportunidad, quizá la última, para la generación de líderes de Solidaridad que se hizo con el poder tras la caída del totalitarismo y que luego lo ha ido perdiendo y ganando en múltiples ocasiones, un proceso aderezado siempre por peleas internas. La realidad ha pasado dolorosas facturas. El sindicato, que llegó a sumar 10 millones de militantes en los años de lucha por la democracia, no llega hoy siquiera al millón cuando la Alianza de Sindicatos de Polonia, heredera de las estructuras comunistas, suma 1,5 millones. Y Walesa, elegido presidente por aclamación en 1990, fue derrotado en 1995 y humillado en 2000, cuando cosechó un exiguo 1%.
"Es un hecho que la gente de las fábricas, la que más luchó por los cambios, fue la más afectada por la transformación de la economía; pero ahora veo mucha esperanza", afirma Jaroslaw Walesa, hijo del ex presidente, que se presenta en las listas de PO. "Hemos aprendido la lección y Solidaridad va a centrarse en la actividad sindical y no en hacer política", apunta Sniadek.
La estrenada neutralidad de Solidaridad deberá esperar a que pasen las elecciones puesto que el sindicato apoya Kaczynski, ex vicepresidente del sindicato, y al programa intervencionista del PiS. El PO y Tusk, al que respaldan Walesa y los sectores más favorables al libre mercado, es visto como peligroso por la rama más social del antiguo movimiento. "Que hagan lo quieran pero que después se entiendan", les exige Cristina, de 47 años.
En Gdansk, el apoyo a la gente que procede de Solidaridad sigue siendo granítico a pesar de sus antiguas experiencias de Gobierno. Pocos confían en que el regreso al poder de sus vecinos suponga mejoras inmediatas y aun así la gran mayoría se apresta a votarles. Danuta, que gana 250 dólares mensuales en el museo municipal, que a duras penas le alcanzan para pagar la vivienda, es pesimista, pero votará al PO: "Mi esperanza es casi nula; ya hemos tenido varias experiencias y no han ido bien, pero votaré pensando en mi hija", afirma.
Janusz Zaslawski, de 71 años, vive justo en el piso de arriba del bloque de Tusk, en la calle de Syrokomli de un tranquilo barrio de Sopot. "Ya me he jubilado y ya no tengo grandes esperanzas", explica en el sencillo comedor de su casa, "pero Tusk es una persona de confianza y, vista la clase política que tenemos, sin duda se sitúa entre los mejores". Lo va a votar pese a ser muy consciente de que su agenda neoliberal podría acabar afectando a su pensión: "Cualquier evolución cuesta, es consecuencia del desarrollo", afirma, resignado.
Magda, profesional de 31 años, tampoco tiene grandes esperanzas inmediatas, pero está convencida de que el retorno del centro-derecha al poder servirá al menos para orientar al país en la buena dirección: "No hay que pensar en que se cambiará el Gobierno y automáticamente todo irá a mejor; necesitamos al menos otros 20 años", afirma. "Espero, eso sí, que habrá menos corrupción", concluye.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.