La originalidad es la vuelta al origen
A DIFERENCIA de las novelas de consumo fácil, de superficie barnizada y lisa, la de Orhan Pamuk, cuyo verdadero protagonista es Estambul, cala en las honduras y entresijos del mismo, desvela sus rostros sucesivos y estratos superpuestos, se suma en las galerías y cisternas subterráneas de las civilizaciones extintas sobre las que se erige la moderna metrópoli: Bizantion, Buzos, Nova Roma, Constantinopolis... Incansable lector de planos, el autor reconstruye a través de ellos la realidad evacuada en los sumideros, muestra que los sedimentos históricos no se cubren enteramente unos a otros y afloran como un mineral precioso a la superficie urbana por la que millones de peatones transitan. Su novela exalta la imagen de la cives abigarrada y mestiza con la fuerza de una visión no empañada por la rutina: es el anti-clisé.
Hace algunos años, en un texto que escribí sobre Estambul, citaba unas líneas del célebre lingüista Iuri Lotman: "La ciudad es un mecanismo que revive constantemente su propio pasado, el cual dispone así de la posibilidad de confrontarse con el presente de un modo prácticamente sincrónico. Bajo este concepto, la metrópolis, como cultura, es un mecanismo que se opone al tiempo". La sabia combinación de juegos de sincronía y de diacronía que evocaba entonces es precisamente el núcleo generador o fuerza matriz de la empresa creadora del novelista. El Estambul por el que callejea Galip tras las huellas esquivas de Celal y Ruya en una ciudad palimpsesto cuya construcción convierte a su vez a la obra en lo que denominé en otra ocasión un texto-medina: "La yuxtaposición de planos históricos y étnicos de la gran urbe", escribía, "propicia la existencia y proliferación de colisiones espacio-temporales, fenómenos de hibridación y mezcla dinámica de discursos que representan a mis ojos el sello inequívoco de la modernidad". El libro negro, con su abigarramiento y frondosidad, es un magnífico ejemplo de esta estética de la estereofonía y pluralidad de voces propia de nuestro fin de milenio y de su arriesgada representación del mundo.
Frente a la cultura empobrecida y anémica del kemalismo, condenada a una servil imitación de Europa, Orhan Pamuk hace suyo el lema de Gaudí: la originalidad es la vuelta al origen. De golpe. Estambul deja de ser la ciudad chata, desconectada de su trasfondo histórico, escenario de tantas novelas y relatos presuntamente realistas para alcanzar una dimensión y espesor paralelos a los del libro: "Parecía que los diferentes fragmentos de esta ciudad trabada de pendientes, cubierta de hormigón, piedra, adoquines, maderas de armaduras, cúpulas y plástico iban a abrirse -como la superficie de un planeta en vías aún de completar su revolución- para dar paso a la luz rojiza de su subsuelo lleno de misterios".
La fusión de la ciudad-tema con la novela-lenguaje es así completa. El rastreo urbano del protagonista deviene el rastreo literario del lector. Orhan Pamuk ha asumido los peligros de su buceo y nos hace partícipes de su empresa. Nuestra aventura es la aventura de su atrevida y singular inmersión.
Este texto es un extracto de un artículo publicado en la revista Quimera en 1977.
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