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Columna
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Lecciones de Alemania

Como desde tiempo del padre Las Casas siempre andamos flagelándonos conviene reconocer ahora en primer lugar que nuestro sistema de recuento electoral es desde el punto de vista técnico muy superior al de los países democráticos de nuestro entorno, según acabamos de comprobar en el caso de los comicios legislativos del domingo pasado en Alemania. Porque la votación en los colegios germanos se cerraba a las seis de la tarde y todavía pasadas las dos de la madrugada seguíamos sin más datos que los de los sondeos a pie de urna, mientras que en una convocatoria análoga en España sobre las diez de la noche ya hubiéramos tenido escrutado más del 90% de los sufragios emitidos y estaríamos en condiciones de saber los resultados con aproximación irreversible.

Otra nota diferencial viene dada por la actitud de los líderes de los partidos. En España la costumbre inveterada es la de que todos comparezcan para explicar en el lugar donde tienen establecido su cuartel general, rastreando los términos comparativos convenientes el éxito de su formación por el número de votos o el porcentaje logrado respecto de la participación registrada en las elecciones generales, autonómicas o municipales que más favorezcan la idea de mejora de su partido o coalición. La noche electoral viene a ser siempre una noche de satisfacción de todos por los resultados obtenidos cualesquiera que hayan sido, aunque la procesión autocrítica vaya por dentro. Aquí ha sido siempre el momento de la conformidad salvo en casos contados, como el de Joaquín Almunia con su dimisión anunciada en Ferraz en marzo de 2000, o el de la permanente bronca a los electores de Julio Anguita, cuando era líder de Izquierda Unida.

Al contrario, en esta ocasión en Alemania las primeras comparecencias nocturnas de los líderes de los cristianodemócratas de la CDU-CSU y de los socialdemócratas del SPD, Ángela Merkel y Gerard Schröder, fueron para proclamar con el mayor énfasis posible la derrota de su adversario principal en la campaña, sin reclamar en absoluto la propia victoria. En efecto, ambos partidos mayoritarios reflejan un descenso porcentual. El SPD ha pasado del 38,5% al 34,3% y la CDU-CSU de ese mismo 38,5% al 35,2%. Lo cual en número de escaños en el Bundestag significa para el primero descender de 251 a 222 y para el segundo bajar de 248 a 225. La diferencia exigua entre los dos grandes sigue siendo de tres escaños, la misma que antes, aunque en 2002 favoreciera al SPD y ahora la ventaja sea para la CDU-CSU. El bipartidismo queda pues disminuido para regocijo de los pequeños. Tanto los liberales del FDP, que se alzan una ganancia notable al pasar del 7,4% al 9,8% y de 61 a 98 escaños, como los de la nueva izquierda del PDS de Oskar Lafontaine, que duplican su relevancia del 4,0% al 8,7% y transforman sus 54 escaños en 87.

Claro que los resultados numéricos, con un 78% de participación, deben contrastarse teniendo en cuenta las expectativas que cada uno de los contendientes gozaban al inicio de la campaña, cuando la democristiana Merkel sacaba más de 20 puntos al canciller Schröder, que parecía condenado. Pero todos los apoyos internacionales, tan generosamente brindados a la líder de la CDU-CSU, se han demostrado insuficientes porque éstos han sido los segundos peores resultados de los democristianos en toda su historia y además las capacidades mediáticas del candidato del SPD han logrado remontar de manera sostenida las encuestas más adversas. Por eso, el sentimiento a la hora del recuento de las papeletas presenta a la primera como derrotada, mientras el segundo queda a salvo, aunque todavía pueda terminar las negociaciones que deberán abrirse ahora saboreando la dulzura de una retirada.

Por debajo del 5%, que se exige para la atribución de escaños en la lista nacional, han quedado algunos partidos como los anarquistas del APPD con su lema Derecho a no trabajar o los neonazis, pero con los votos necesarios para resarcirse de los gastos electorales, procedentes de zonas con escasos recursos económicos. En cuanto a los inmigrantes turcos, o sus descendientes con nacionalidad alemana, han penalizado a los democristianos contrarios al ingreso de Turquía en la UE. Última sorpresa: el ministro de Hacienda, Eichel, promotor de subir los impuestos y de reducir subvenciones, ha sido elegido con más del 50% de los sufragios.

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